Con un paisaje intacto, donde la mano dañina del hombre todavía no había llegado, Valle Fértil año 1943, mostraba a sus escasos visitantes, las bellezas de su típica vegetación. Un ejemplo eran los cardón, una variedad de cactus, que la naturaleza le daba formas únicas y majestuosas. En ellos, los pájaros construían sus nidos, libres de cualquier riesgo de depredadores.
Hace unos 80 años, los cactus eran como el documento de la identidad vallista, característicos de la zona, que brindaban un colorido y formas particulares al paisaje. Se los encontraba profusamente nacidos a la vera del camino o de las huellas que el hombre o los animales trazaron.
Valle Fértil, que en esos año sólo contaba con 4.559 habitantes, sufría de una sequía muy dañina. Se vivía sólo de las lluvias y con la promesa (ya se hablaba en aquellas épocas) de un dique que solucionaría definitivamente este reiterado problema natural. (Hoy el dique ya existe).
Frente a la plaza, las iguanas la recorrían de punta a punta para escapar de las patadas de los burros, que a pesar del alambrado que la cerraba, lo mismo se metían a comer el pasto. También de las grandes ruedas de las carretelas o de uno que otro vehículo. La villa de San Agustín, cabecera del departamento y frente a esta plaza central, se encontraba la iglesia. Por ese entonces, el cura párroco era el presbítero Segundino Prieto. Este sacerdote tenía por costumbre trasladarse a pie hacia los pueblos cercanos, a cuyos pobladores no dejaba de visitar. Caminaba por esos caminos y huellas, casi siempre solo, acompañado por Dios y los cuidadores del caminante, gigantes cactus que transformaban al paisaje en único, bello y seguro. Dios, la naturaleza y el hombre, tres componentes indispensables en la tierra, uno eterno y dos transitorios.
Por Leopoldo Mazuelos Corts Dirigente vecinal