En pleno debate otra vez, el Congreso trata el tema del aborto en Argentina. "Es una cuestión de salud", dicen sus defensores. Ciertamente lo es. Pero queremos salud para todos, para las dos vidas, la de la madre y la del niño inocente que se encuentra en su vientre. La vida humana -ningún científico lo duda- comienza en el instante de la concepción. Allí mismo comienzan sus derechos. El primero es el de vivir, de no ver truncado su camino. El aborto no es otra cosa que truncar lo iniciado: el ser persona. Por eso las cuestiones de salud han de buscar su fundamento antropológico.


No pocos que desean el aborto legal, al momento de argumentar olvidan qué es en sí la interrupción voluntaria del embarazo: deshacerse de una vida que resulta "pesada". Pero como se suele decir, pesa más un niño en la conciencia que en los brazos. ¿O es que nuestra conciencia se ha relajado tanto que ya no reconocemos lo justo de lo injusto?


El derecho a la vida está en la base de los demás derechos, como fundamento de los demás derechos de la persona humana. Y es muy cierto. Imposible ejercer el derecho a la educación, al transitar libremente, a expresar ideas, a comportarme como ciudadano y no solo habitante, si previamente, no poseo el derecho a la vida misma.

La persona es más que un paradigma o modelo de referencia, porque la persona es un fin y nunca un medio.

La persona no es un principio ético sino la fuente de los principios. La persona es el punto de partida y de conclusión de los argumentos en toda antropología, porque en su ser hay una dignidad intangible e indisponible que antecede a toda conceptualización. La persona es más que un paradigma o modelo de referencia, porque la persona es un fin y nunca un medio. Antes de los principios, está la persona. Antes de la valoración costo-beneficio, está la persona. Antes del mercado y las políticas sanitarias, está la persona.


Hay un principio clave de la Ética Personalista: el principio de la defensa de la vida física. La vida física, corpórea, es el valor fundamental de la persona porque esta no puede existir si no es en un cuerpo. Tampoco la libertad puede darse sin la vida física: para ser libre es necesario ser viviente. No se puede ser libre si no tenemos la vida. La vida llega anteriormente a la libertad; por eso cuando la libertad suprime la vida es una libertad que se suprime a sí misma y contradice sus significados. 


Se suele decir que las madres pobres son las que tienen que cargar con el hijo no deseado. Pero no estigmaticemos a la mujer pobre. La inmensa mayoría de ellas ve en la vida del niño, un bien en sí, independientemente de las circunstancias que le tocan vivir. Esto lo testimoniaban los "curas villeros", de Buenos Aires, un par de años atrás: la mujer pobre ama la vida, y la recibe así como viene.


Sería deseable que nuestros legisladores, en estos momentos de pandemia y de economía complicada, pensasen en proyectos menos ideologizados y más sanas y justas para todos. Leyes que "saquen el país para delante" y no lo entierren en la división y el fracaso. Leyes que excluyan todo tipo de violencia. Toda ley para obligarnos a su cumplimiento debe ser justa. Una ley que permita o legaliza el aborto en cualquier país, es injusta e inmoral, porque la vida humana es un valor no negociable en razón de su riqueza única e irrenunciable.

Por Pbro. Dr. José Juan García