Una de las críticas que le hace alguna parte -pequeña, por suerte- del mundo del fútbol al genial Lionel Messi, es su supuesta falta de conducción, una presunta ausencia de carácter en situaciones difíciles mientras, a la vez, ostenta la cinta de capitán. Acusación pequeña que, además, va quedando vieja. Por ejemplo, hace pocos días el prestigioso diario deportivo francés L'Equipe publicó una tremenda portada en la que comparó al astro del fútbol mundial con el Che Guevara, todo a cuento de un comunicado en el que el rosarino cuestionó a los dirigentes del Barcelona tras los cruces con el equipo por la rebaja salarial en tiempos de coronavirus. A Messi el mundo le regala elogios, pero los argentinos insistimos en las críticas. Quizás la respuesta a ese dilema, tan nuestro como la lapicera Bic, sea el irracional apego a los personalismos, a las conducciones absolutistas y a los presidencialismos a prueba de hierro, los que son tales sólo si pueden exhibir algún trofeo. No se nos ocurrió la comparación que hicieron los franceses, simplemente porque a Messi no le asignamos ese lugar. Y no se lo asignamos porque asociamos -injustamente- su nombre al fracaso, sólo por no haber obtenido un campeonato mundial. Pero sí ponemos en ese lugar de conductor valioso, inteligente y valiente a Diego Maradona, un tipo al que echaron de un mundial por dóping positivo, y cuyos logros deportivos en conjunto, están lejos de los que más ganaron en el mundo. Cosas argentas inexplicables.


Alberto Fernández conoce ambos costados del liderazgo, el maradoniano y el de Messi quien, casualmente o no, no tiene 'ismo'. El Presidente trabajó junto a Néstor y estuvo con Cristina. Y entiende bien a los argentinos. Encaró la lucha contra el coronavirus poniéndose al frente. Si bien ese es su rol obligado debido al cargo que ocupa, también es visible su preocupación por estar en todas partes, por salir en todos los medios, por compartir cada reunión, por estar en cada decisión, y porque todo eso se note. Algunas encuestas dicen que el Presidente argentino logró acumular aceptación popular y que está superando a Cristina Fernández en esa subterránea lucha por la conducción política de un gobierno que nació partido al medio. El problema son los tiempos: ¿cuántos días o meses Alberto podrá sostener las cifras positivas de los sondeos, montadas sobre el polvorín que implica que la Argentina se mantenga medianamente a salvo del Covid-19? ¿Cuál es el límite de cantidad de muertos o enfermos para que la gente siga aprobando al mandatario? Y aún domando al virus, ¿podrá aguantar esa imagen incluso cuando los muertos sean por hambre y no por el virus?


Esa sobreexposición planificada a la que se aferra Fernández tiene altos riesgos que, incluso, quedaron plasmados en los últimos días: no hacía falta apretar en público a Paolo Rocca, ni poner a Hugo Moyano como un dirigente sindical ejemplar. La visita que le hizo al camionero estuvo bien en términos de movimientos políticos, porque fue presumir un aliado de peso y mostrarle a sus rivales -externos e internos- que además de los atributos de mando, tiene poder. Pero erró cuando habló. Exageró. Además, la experiencia demuestra que Moyano juega para Moyano, no para nadie más. Si el sindicalista alguna vez terció a favor de Néstor Kirchner, eso terminó con la muerte del expresidente y habría que revisar en términos nominales el costo de aquella jugada para definir a quién le resultó más beneficiosa. Moyano es insaciable y Fernández lo sabe. Al criticar a Rocca provocó que los empresarios empezaran a mirarlo de reojo otra vez. No hay que olvidar que el Presidente cabalga junto a los dueños de las compañías, quienes lo vigilan de cerca, porque saben que convive con una expresidenta que les provocó varios dolores de cabeza. A Fernández le dan un cierto espacio, pero a Cristina le tienen miedo. Nadie olvida en tan corto tiempo. Ni la política es tan rápida para las reconciliaciones. 


En defensa del Presidente hay que decir que por ahora las decisiones que viene tomando están dando resultados en la lucha contra el famoso virus. La Argentina registra números sensiblemente menores a países de Europa o el mismo EEUU. También hizo algunos movimientos hacia adentro que no están tan mal. Convocó a los gobernadores cuando tuvo que hacerlo, y por ahora los mandatarios le llevan la corriente. Hay que esperar para saber qué pasará en esa relación cuando la falta de recursos empiece a apretarles el cinturón. Quizás ese sea el límite. Por ahora ningún conductor territorial se anima a cuestionar a un mandatario que está decidiendo. Tal vez algunos errores de formas, como los que ocurrieron esta semana con el empresario y el camionero, siembran dudas sobre la firmeza que demuestra Fernández a la hora de, por ejemplo, frenar toda actividad económica y cerrar las fronteras; dos plumazos que a muchos líderes mundiales les pesaron más de la cuenta. 


Los cimientos de esta imagen alta del Presidente no son los que sirven para los castillos que duran cien años. De igual forma el partido está abierto. Nadie sabe qué va a pasar mañana, y esa volatilidad hace difícil cualquier pronóstico. También es posible que Alberto acabe como el líder que pudo con la pandemia más feroz que recuerde la historia y, si eso ocurre, nadie podrá discutir su conducción. La incertidumbre en política es quizás el peor escenario. Los líderes suelen usarla para domesticar a sus rivales, pero ahora es distinto. La incertidumbre está en manos de un enemigo invisible, al que casi no se le adivinan los pasos, por eso es tan difícil sostener que los números de Fernández van a trascender en el tiempo.