Somos un mundo de contradicciones. Quizás deberíamos observarnos más y ver nuestras propias incoherencias. A veces quemamos nuestra vida en inutilidades, no en auxiliar o en ser agentes fundamentales del cambio social, tampoco en repensar la manera de estimular otros horizontes más armónicos o en ver el modo de crecer como seres pensantes, dispuestos a cohabitar, ya no solo estableciendo prioridades que nos pacifiquen, también instaurando alianzas que nos encaminen a una vida plena, donde la justicia y la libertad aniden en todos los lenguajes del alma. Lo que resulta deplorable es la acción de muchos gobiernos, dispuestos a invertirlo todo en armas, aunque después la población sufra una gran inseguridad, tanto en alimentos como en sanidad. Ojalá, en un día no muy distante, aprendamos a priorizar los derechos humanos, y a no ser sanguinarios ni trepas del poder, pues la realidad muestra la existencia de abecedarios que son verdaderos caudales de incitación a la venganza. Desde luego, partiendo de que vivir en contrariedad con la mente es el estado moral más insoportable, deberíamos convenir con nosotros mismos, ser más comprensivos y bondadosos.


Quizás tengamos que curarnos de este espíritu verdaderamente inhumano. No olvidemos que el número de personas que huyen de las atrocidades de sus análogos se acrecienta cada amanecer, y esto ha de servirnos de recordatorio, al menos para cambiar de actitudes.


Acontezca lo que acontezca, hemos de aspirar a un mundo menos desigual que el presente, donde cada ser humano pueda llevar una vida saludable, verdaderamente enriquecedora, independientemente de quién sea o dónde viva.


Tenemos que dejar de ser excluyentes, pues resulta paradójico, que digamos una cosa y hagamos la contraria. Junto a esta atrocidad cultural que tanto nos margina y divide, necesitamos integrar sistemáticamente la migración y el cambio climático en los programas nacionales de desarrollo y reducción de la pobreza. Al presente, y tal vez más que nunca, es necesario invertir en los medios de vida rurales, en oportunidades de empleo digno para los jóvenes y en planes de protección social para riesgos de desastre, a la vez de trabajar por no descartar a nadie. Hemos de concientizarnos en que toda la humanidad, en su acervo, es activamente fructífera. Todos tenemos un lugar en esta vida y, como tal, debemos propiciar nuestra visión y compartirla con otras, hasta llegar a confluir todas. Algo muy útil para no perderse. Por eso, más que estar dentro del mercado, hay que estar dentro de las situaciones y ver la manera de solventar las injusticias que puedan producirse.


No podemos quedar parados o instalados en nuestra plegaria o comodidad. Si en verdad queremos activar ese bien colectivo, hemos de renunciar a todo privilegio para vivir una vida verdaderamente vinculada a los demás, de entrega y de obrar de acuerdo a un orden social más justo, lo que nos reclama a vivificarlo con nuestro amor. Humanizarnos es prioritario, debe serlo.