"Guillermo Grau un día se alejó de esos aposentos propios construidos con talento. Desapareció de golpe de su cielo, las cosas del espectáculo y la notoriedad...".


Una mañana mi madre encendió la radio y salió de ella una voz nueva con acento porteño, alguien que hablaba rapidísimo y sobre muchos temas. El ritmo de este programa brillante era sustentado por esa voz que hilvanaba ágilmente un tema musical con hechos cotidianos, cosas simples de la gente con cuya mixtura bien lograda atrapaba fácilmente a la audiencia.


"Esto es el Moscardón Mañanero", decía a cada tanto y atacaba con alguna reflexión sobre un tema sencillo pero bien planteado, con la lógica que da la calle. Se notaba que era hombre de mundo. Y así condujo la mañana de Colón durante años, cuando los padres salían a enredarse con el fuego de la calle y la madre se quedaba con el ímpetu de sus sueños y la frescura de un patio recién regado, todo sueño al fin.


Luego este hombre tuvo a cargo uno de los primeros programas musicales en vivo de Canal 8; los que condujo con la agilidad y fiebre que eran su divisa.


Guillermo Grau, Villarruel su apellido real, era aquel hombre grandote y jovial que pontificaba en criollo con algún adorno de lunfardo, desde el recuento vivencial de la radio a perillas que bien describía el querido Guido Iribarren. "Papaito piernas largas" se hizo llamar también, legítimamente porque tenía cerca de dos metros de altura. Integró compañías del entrañable radioteatro; fue conductor de espectáculos de jerarquía, publicitario, galán en la ficción y en la vida, un personaje, un hacedor. La memoria de los pueblos se nutre de estos sucesos, inventario constantemente enriquecido de la memoria colectiva, que en suma son su propio espejo, crónicas lideradas por personajes de los pueblos y barrios, que en gran medida diseñan el perfil y el destino popular.


Guillermo Grau un día se alejó de esos aposentos propios construidos con talento. Desapareció de golpe de su cielo, las cosas del espectáculo y la notoriedad; de ese público que sustenta, legitima y explica los seres populares. Y así como desapareció, un día extraño volvió a escena como un gesto de la ficción de sus radioteatros: retornó pobre, abandonado e inexplicable. 


Dicen que lo vieron mal y en su rodada se aferró a algo que quizá lo emparentaba con la vida: fue reuniendo perros como quien junta amores o flores silvestres para sobrevivir a las tristezas; se rodeó febrilmente de ellos, se abarrotó de ladridos y aturdió muchas veces del hambre de ese ser querible, como un pastor de sueños, como un buen gobernante que sabe que morirá sin ver a su pueblo feliz, pero no abandona las utopías, se queda en ellas para no herir la ilusión. Dicen que lo vieron en Peatonal Rivadavia con sus alas ajadas, gimiendo, rogando, buscando una salida para sí y sus perros; un resguardo para que su alma cerrara el círculo en paz. Algo logró: fue a descansar la ilusión de sus últimos huesos en el Hogar de Ancianos. A partir de entonces, el inventario de sus días poco cuenta.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.