"Habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa. Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: "Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador". Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (Lc 19,1-10).


La ciudad que hoy atraviesa Jesús es Jericó. Se trata de una ciudad célebre en muchos sentidos. Ha sido casi exhaustivamente estudiada por los arqueólogos; y sus excavaciones han sido realmente de interés. Porque no solo se trata de la ciudad situada a más baja altura de la superficie de la tierra, 300 metros debajo del nivel del mar, sino porque es la más antigua que se conozca. En medio del desierto, es un oasis preciosísimo alimentado por diversos "waddis" que se encuentra casi en la desembocadura del Jordán al Mar Muerto y a unos veinte kilómetros de Jerusalén. Hay evidencias de habitación humana paleo o mesolítica de al menos 10.000 años antes de Cristo. Pero ya en el sexto milenio existía una civilización neolítica y una ciudad estable, con casas y templo, probablemente dedicado a la luna. Jericó quiere decir justamente "ciudad de la luna". Es pues la primera ciudad conocida de la historia de la humanidad. El paraíso está concebido a imagen de un oasis en el desierto. "Paraíso en edén", dice la Biblia. Y "paraíso" quiere decir, en persa y griego, "jardín u oasis"; y "edén", contrariamente a lo que la gente supone, es estepa o desierto. Paraíso en edén, quiere decir, pues, literalmente "oasis en el desierto". Y el oasis en el desierto más conocido por los judíos era precisamente Jericó. En tiempos de dominio griego, y todavía en los de Cristo, Jericó era el lugar de los "countrys", o casas de fin de semana de los ricos de Jerusalén. Allí vivía Zaqueo, cuyo nombre significa en hebreo "Dios se acordó". Los publícanos eran los recaudadores de los impuestos de Roma a Israel. Por eso eran aborrecidos por los judíos, como coautores de la dominación romana. La autoridad de Roma admitía de estos una cantidad de dinero, y luego ellos podían resarcirse en los cobros del pueblo. Ello dejaba un margen de abuso manifiesto en los beneficios. Acaso por eso era "rico". Máxime siendo "jefe" de los publícanos de toda aquella zona de Jericó (cf. Lc 3,12-13). 


Se encuentra con el rabino Jesús, que tiene preferencia y ve a los que están lejos. Su mirada se reposa en los "últimos", para que sean los "primeros". Junto al Maestro se reúnen tantos seguidores, al punto tal que Zaqueo, pequeño de estatura, tiene delante un muro de gente. Pero este "pequeño-gran" hombre, anhela ver a Jesús. No espera. Antes de esconderse detrás de sus límites, busca una solución: subirse a un árbol. Tiene el coraje de ser libre y creativo. El árbol de Zaqueo se convierte en el símbolo de libertad. Al saber que estaba Jesús "corrió y se subió en un sicómoro". No camina, sino que corre, con la vitalidad que el deseo genera. Corre "hacia delante": hacia algo nuevo, no repetitivo. "Sube al árbol": no admite más una vida rutinaria, sino vertical para ver mejor y más lejos, saliendo de su "yo", que había sido puesto en el centro de todo. Reconoce que su "yo" es pequeño. Lo que le hace grande está delante de él. Jesús, pasando, mira hacia arriba donde estaba Zaqueo. El Maestro mira de abajo hacia arriba, como cuando se arrodilla y lava los pies a sus discípulos. No como a veces hacen los hombres, que con soberbia miran de arriba hacia abajo. La mirada de Jesús no juzga, no condena, no humilla y así libera. Va directo al corazón y llega hasta lo mejor de cada uno que está allí adentro. Ese fragmento de bondad y belleza que existe en todo hombre, por más malvado o pecador que sea. Dios se acordó, no de su pecado, sino de su tesoro, y lo hace emerger. Entre el árbol y el camino, hay un encuentro de miradas. Zaqueo busca ver a Jesús y descubre que Jesús lo busca a él. El buscador se da cuenta que es buscado. El amante descubre que es amado, y hace fiesta. Hay que festejar este encuentro, porque a Dios le faltaba alguien: esta oveja que se había perdido y ahora ha sido encontrada. Es que la misericordia divina siempre transfigura la miseria humana.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández