Necesitamos repoblarnos de humanidad, sentirnos vivos frente a tantas inútiles contiendas, destructivas y desoladoras. Sólo hay que ver el aluvión de víctimas de guerra, ya no únicamente en términos de muertos y heridos, de pueblos derrumbados y de medios de vida truncados, comenzando por nuestro propio hábitat, un medio ambiente cada día más castigado por aguas contaminantes, por cultivos quemados, por bosques talados, suelos envenenados y animales sacrificados, entre la multitud de mártires indefensos. Lo importante, en consecuencia, es un sano diálogo y el compartir experiencias. Pongamos, en escena permanente, el llamamiento a ese encuentro de pulsos, que nos invita a la concordia y al cultivo del amor verdadero entre los seres humanos. La pandemia de Covid-19 pone de relieve la necesidad de reforzar la cooperación global para hacer avances científicos accesibles, transparentes y, en última instancia, más eficaces. Conseguir una vacuna que sea un bien público mundial, será una gran virtud, propia de una mente sabia y humana. Dejaremos de atormentarnos en la medida en que nos auxiliemos recíprocamente.


Desde luego, la primera víctima de este desconcierto viviente, lo ocasiona el pudiente guión de la hipocresía, que hace tiempo que se ha tragado el espíritu de la autenticidad. Sin duda, continúa siendo el colmo de todas las maldades. Contribuye a que todo se contamine por el vicio de la mentira. Hoy más que nunca echamos en falta biografías reales de vidas francas y sinceras. Sea como fuere, no podemos proseguir cultivando la indiferencia en nuestro paso existencial, se nos requiere humanamente para socorrer un soplo de verdad, para hacer un mundo más justo, liberador de todos los miedos, pues ya está bien de torturarnos entre sí, de ser dominadores en vez de solidarios, que es lo que realmente nos fraterniza, frente a mundanos lenguajes que nos esclavizan. Ya está bien de que nos golpeen políticas ilícitas, que nos dividen por los sistemas de ganancia insaciable y las repelentes tendencias ideológicas, manipulando actuaciones sensatas y cometidos de personas coherentes. 

Nuestro gran suplicio en la vida proviene de no vivir y no dejar vivir, de que nos hemos vuelto egoístas y de que estamos solos

Indudablemente, este ciego arrojo corrupto es tan criminal como inmoral, y representa la mayor traición a la entereza pública. Por si fuera poco el desmoronamiento, es aún más perjudicial en tiempos de crisis como el presente. Deberíamos actuar, inevitablemente, con mayor claridad y unión; sobre todo para crear, sin demora, unos sistemas más sólidos para la rendición de cuentas, la honestidad y la integridad. También se me ocurre pensar en esa gente que abre fuego, en lugar de cerrar heridas y conciliar sentimientos. A los sembradores del terror, que continuamente desprecian la vida de todo ser humano, hay que transformarlos.


Por consiguiente, hay que despojarse de soledad y también de todo victimismo. Nos hace falta compartir más y dejarnos acompañar por los innatos valores y principios. Acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás, por si mismo ya es un gran avance. Lo importante es no cesar en el empeño. Buscar la certeza y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre corazón a corazón a un anhelo común, más fuerte que la represalia, es toda una victoria humanística. Este tipo de glorias son las que nos alientan. Rompamos la cadena de venganzas. Los horrores tienen que ser agua pasada que no mueve molino, si en verdad queremos recuperarnos, rehabilitarnos y hasta retroalimentarnos condescendientemente. Al fin y al cabo, uno no puede dormir bien si se ha acostumbrado a practicar la estupidez del mal, esencialmente antinatural, aunque nos persiga con su sombra y coma de nuestro plato. 

Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor