Cuando decimos que Argentina en otrora ocupó un lugar privilegiado dentro de las naciones con mejor nivel educativo, no lo hacemos a manera de lamento, sino como una forma de establecer el desafío de revertir el atraso educativo en el que estamos inmersos y tratar de recuperar un lugar que nunca debimos abandonar.


La situación en la que se encuentra el país en el aspecto educativo es muy mala. Actualmente ocupa el lugar 63 entre las 79 naciones incluidas dentro de la prueba o examen PISA, que evaluó el año pasado a estudiantes de 15 años, en matemática, lectura y ciencias. Se trata de una de las evaluaciones más prestigiosas a nivel mundial, de ahí la importancia que se le confiere a los datos obtenidos, los que si bien demuestran el atraso argentino, también muestran la mejora de algunas variables, sin que esto signifique un avance notable. El único consuelo es que esta crisis educativa no es exclusiva de nuestro país, sino de toda Latinoamérica, ampliamente superada por los países asiáticos y nórdicos. Al igual que años anteriores, los estudiantes chinos obtuvieron los puntajes más altos, seguidos por los de Singapur, Estonia, Finlandia, Irlanda, Corea del Sur, Polonia, Suecia, Canadá, Nueva Zelanda y los Estados Unidos. En América latina el país mejor ubicado es Chile, en el puesto 43.


La posición de Argentina es lamentable porque se contrapone con la de los países asiáticos donde los más exitosos son aquellos que aumentaron su calidad educativa.


Un informe del Observatorio Argentino para la Educación detalla los principales problemas del sistema educativo argentino al analizar el acceso al mismo, la eficiencia interna (repitencia, promoción efectiva y progreso en edad esperada), los recursos humanos y financieros y los resultados de aprendizaje. Cada uno de estos ítems representan los grandes desafíos por resolver, entre los que también se encuentra las disparidades educativas entre las provincias, que hace que cada una de ellas funcionen como si se tratara de países diferentes.


Todo estos indicios nos están marcando la imperiosa necesidad que tiene Argentina de comenzar a trabajar en la recuperación del nivel educativo, con el convencimiento de que junto a la salud constituyen la base que el país está requiriendo, para lograr un crecimiento sostenido.


En la opinión de expertos como los doctores Abel Albino y Facundo Manes, la educación y la salud representan los dos pilares fundamentales en los que debe afianzarse el desarrollo del país. Con educación y salud se puede aspirar a conformar la sociedad anhelada, integrada por hombres y mujeres debidamente instruidos y capacitados para afrontar los desafíos de la vida moderna.


Las mejoras en educación serán posibles con programas modernos que respondan a los requerimientos actuales; la capacitación de los docentes y el adecuado equipamiento de los establecimientos escolares, entre otros recursos pedagógicos destinados a mejora el aprendizaje de contenidos y de comportamiento en la sociedad.


En salud se debe trabajar en propuestas que contemplen la seguridad alimentaria de los más chicos, por ser la base de la capacidad de aprendizaje que más adelante tendrán esos niños. Este último aspecto está estrechamente vinculado con el programa Mis primeros 1.000 días, implementado por el Gobierno de la provincia, que asegura la nutrición de la madre y del niño desde el momento de la gestación hasta los primeros dos años de vida.


Cubriendo estos dos aspectos se abre la posibilidad de una transformación que lleve al país a recuperar la base sobre la cual se fundó esta gran nación.

Por Alfredo Correa
DIARIO DE CUYO