Hoy se cumple un año del devastador terremoto que asoló a Haití, la nación más pobre del continente americano, y la situación caótica que soporta la población es mayor a la que dejó el sismo, porque se sumaron las enfermedades y la indiferencia mundial.

El caso de Haití es otro ejemplo de la burocracia de los foros y cumbres convocadas internacionales donde se expresan con elocuencia las buenas intenciones, se rubrican acuerdos con cifras de ayuda que luego no se concretan o no llegan a los damnificados. Las ONG no son una solución, a pesar de sus enormes esfuerzos, porque la realidad las supera.

El desastre del 12 de enero de 2010 -uno de los sismos más destructivos de la historia- causó 222.570 muertos y 300.572 heridos y arrasó el 60% de infraestructura pública, con pérdidas de unos 7.800 millones de dólares, equivalente al 120% del PBI de 2009. Hoy el desamparo supera a 1,2 millones de haitianos.

Tras la conmoción mundial por la tragedia, llegaron paliativos inmediatos, pero recién marzo pasado la comunidad internacional se comprometió a aportar 9.900 millones de dólares para la reconstrucción: más de la mitad debería entregar en los siguientes tres años, pero de los 2000 millones previstos para 2010, hasta la fecha sólo 1400 se transfirieron a los coordinadores humanitarios de la ONU.

La organización reconoce la morosidad, aunque señala que es contraproducente decir que no se ha hecho nada, porque asegura que la ayuda humanitaria ha llegado a 4,3 millones de personas recibiendo comida; un 90% de la atención médica o bien el suministro de agua a 1,2 millones de sufridos haitianos. Pero no se dice nada del cólera, con unos 4000 muertos a octubre último, también cifras de la ONU, ni tampoco de una inestabilidad política que hace impensable ordenar al país para recuperarse. Hasta el Palacio Gubernamental sigue reducido a escombros.

Como ha advertido la organización Médicos del Mundo, existe la posibilidad real de que en Haití se produzca otro sismo peor, de carácter social, si la comunidad internacional no cumple los compromisos adquiridos con el devastado país. Hay tiempo de reaccionar y las naciones desarrolladas tienen un compromiso mayor, porque fueron las voces cantantes de una solidaridad acotada en las mejores intenciones.