"...Él no encontraba en su brumoso laberinto la salida hacia las cosas...".
 



Esa noche había tomado de más y necesitaba sacar de su pecho alguna historia agria que lo hostigaba. Por la veredita despareja de su humilde barrio enfiló para cualquier parte y sus pasos desmañados lo condujeron hasta el boliche donde de entrada pidió vino. Y allí se peleó con el que hace tiempo tenía atravesado en la garganta como hueso de pollo. El otro era más joven y estaba sobrio, por eso -en el medio de un remolino de duros insultos y abusándose de la situación- le dio una paliza fenomenal, hasta que José cayó pesadamente al embaldosado donde restos de cerveza salpicaron una danza siniestra, y todo fue inútil para reanimarlo. Desde ese momento y durante más de dos años el hombre no pudo salir de un letargo áspero y ciego donde cayó como saco de piedras, ausente de todo, de los suyos, de la vida, de sí mismo. Quienes presenciaron el episodio, aún no olvidan el modo feroz como fue atacado, sin poder defenderse, casi sin saber qué ocurría. 


Desde su postración, recibió todos los días a sus familiares más cercanos, de vez en cuando amigos del alma y enemigos que se condolieron de su situación. Él no encontraba en su brumoso laberinto la salida hacia las cosas. Cuando dejó el hospital y llegó a su cuarto donde su compañera le había puesto flores silvestres en un recipiente que fue herencia de su madre, que colocó sobre un mantelito que le bordó pacientemente, José paró su enorme figura tambaleante bajo la encrucijada de una puerta que no recordaba haber visto jamás; miró en derredor, desconoció todo y se sentó en la cama donde continuó mucho tiempo amasando tristezas y olvidos. 


Poco a poco fue saliendo de la pesadilla. A todos preguntaba qué le había ocurrido; qué pasó que sus pequeños hijos habían crecido de golpe; que su perro había muerto sin él saberlo; que su compañera estaba como más vieja; que la casa tenía más sombras y pobreza. Nadie le quiso contar lo sucedido. ¿Para qué, si sabían que era hombre tozudo y podía retornar al escenario de su desdicha? Hubo una mujer que un día le reveló todo. Él pareció tomarlo con calma. Lo que más le dolió fue haber perdido más de dos años de su vida; haber estado en el ahogo de esa nebulosa ciega con sus escasos años de juventud, cuando podía dar lo mejor de sí. Haber perdido su trabajo.


Esa noche no durmió, estaba inquieto. Varias veces se levantó y miró hacia las sombras por la soledosa ventana. Un pájaro perdido le interrumpió un pensamiento.


Serían como las dos de la madrugada de ese sábado. A esa hora el boliche vivía el apogeo de sus galas de naipes y vino volcado. Casi sin pensarlo, se calzó las alpargatas y salió aturdido por los grillos y esquivando estrellas. 


Serían como las tres cuando entró a la Comisaría y pidió hablar con el Comisario. El oficial de guardia le preguntó de qué se trataba: "Acabo de matar a un hombre", respondió secamente. 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.