"Las escondidas… ¿qué habrá pasado esa nochecita cuando, en el medio del juego, nos resultó imposible encontrarla y ella desapareció de mis pocas cosas de niños, como tragada por el juego inocente…".

 

"No se puede ir más lejos de esta zona; el que sale de ella pierde". Era el territorio del juego, que era posible controlar a quien le tocaba "contar". No era cuestión de tener que ir a buscarlos a la otra cuadra, contar era simplemente eso: una cuenta con el rostro contra la pared, de espaldas al escenario de las escondidas, hasta 20, 50 o 100, y luego gritar: "¡Salgo!" Y comenzaba la búsqueda. Aún se ve disfrutar el juego a los chicos más pequeños.

Diversión ideal para practicarla de noche, porque la exploración era más dificultosa y por eso excitante. Uno podía pasar junto a algún escondido y no advertirlo. O, si le tocaba esconderse, hacerlo junto a alguna chica, inocente forma de buscar una situación agradable. El que llegaba al lugar de la cuenta gritaba: "¡piedra libre!"; entonces quien contaba había perdido y debía volver a hacerlo, rol que a nadie agradaba. Como en la vida: el que se fue a Sevilla…

Aún encuentro por ahí a algunos mis amigos de la infancia. ¿Dónde estarán los otros? ¿En qué nochecita de algún verano transparente se habrán perdido de mis juegos y mi memoria? ¿En qué sitio la vida quizá les haya pasado facturas por descuidar el nido? ¿En que rinconcito de la noche aún tierna habrán encontrado el calor de la muchacha que desde ese instante los hizo feliz? ¿Por qué esquina del dolor habrán abandonado el juego de la vida y dejado a la intemperie sueños inconclusos? Así como el Lulo dejó la calle en horizonte trágico; así como el Pocho casi siempre me recordaba alguna aventura común en el barrio, detrás de la de trapo; el Cacho no se olvida del territorio donde seguramente fuimos dichosos gorriones de luz en atardeceres amoratados; el "Gordo" se fue a vivir a Córdoba, desde donde seguirá diseñando vida con su profesión de ginecólogo. Los demás se han desparramado entre la vida y las sombras.

Las escondidas… ¿qué habrá pasado esa nochecita cuando, en el medio del juego, nos resultó imposible encontrarla y ella desapareció de mis pocas cosas de niños, como tragada por el juego inocente; tomó vuelo definitivo del barrio y dejó el árbol de la piedra libre desabrigado de pájaros y a mí el corazoncito en falsa escuadra?

Hoy voy a contar hasta cien, apoyado en algún rincón hoguera de nuestra infancia, y cuando habrá los ojos seguramente seré un poquito más feliz.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete