Muchas veces nos preguntamos sobre el significado de la vida Y, por ello, pensadores se rompieron la cabeza para encontrar sentido dentro de algún sistema. Las religiones siempre dudosas de toda razón se refugiaron en la fe. No se puede tener respuesta para todo decían los sensatos. Por lo tanto, la contradicción a una respuesta ante esta incógnita siempre estuvo en la tensión si debemos creer en una presencia paternal, o si el ser humano al igual que un hijo pródigo, podría lograrlo todo a voluntad. Ahora bien, no resulta tan simple el poder adquirir una idea que nos saque de esta cotidianidad más allá de todo estrés, en medio de estas dos aberrantes contradicciones.

Es decir, ante todo nos preguntábamos sobre la vida, y dividíamos a los humanos en dos grupos, entre unos que tenían necesidad de trabajar, y de otros, que no tenían esa necesidad. En este contexto los filósofos se daban contra la pared apilando castillos de ideas que ayudaran a progresar. Así vino el progreso capital con trabajo remunerado. Pero el pensamiento que muchos filósofos dicen de la realidad es por lo general decepcionante como cuando te venden en una publicidad engañosa un auto que no es el que viste. Las ideas cambian al igual que cuando te cambian el coche a adquirir. De allí, el resurgir de las religiones frente a estas contradicciones, que sin romperse la cabeza en complejidades, intentaban respuestas provistas de significado en la foto. La razón pura llevó a las guerras, la fe extrema, a muchos a la hoguera. Por ello el peligro real de las ideologías para la humanidad. La razón triunfó, pero aniquilando la idea de eternidad, y al no haber más allá, tampoco hay futuro feliz acá, por la ausencia de presibilidad, que dan las mentes iluminadas.

No obstante, la nueva contradicción de ahora es que la vida de algunos que todavía tienen la posibilidad de trabajo, no aniquila ninguna tensión. Mientras tanto, pensadores también se reinventan para ser modernos a estos tiempos con un lenguaje más pulido a sus ideas, y algunos que no trabajan se empecinan en distraernos con nuevas contradicciones, que aumentan aún más el espiral de angustia y agresión. Así el círculo es vicioso porque lo interior ignorado repercute en lo exterior diario. Al respecto, valga aclarar que en una sociedad de individuos del S. XXI denunciada por Elías, la sociedad de "lo uno o lo otro", vuelve con egocentrismo. Lo uno de Hegel con respuesta para todo en la luz racional de la ciencia y la técnica, ahora es condimentado por un nuevo pensamiento ideológico, pero no innovador, sino contradictorio, cuando no piensa las consecuencias para futuras generaciones. En cambio, lo otro, Kierkegaard recordó que las diferencias eran reales, que aquí se pecaba, y que era reconfortante sentir un dejo canalizador del daño, como paso a la psiquis.

En fin, para redondear, así es como se mató la idea de eternidad. Tan muerta, al igual que la ausencia de razón de un legendario vendedor de libros de Copenhague confiado de logros, y tan seguro de sí, que perdió todo al equivocarse en una simple cuenta. El pobre fundió la imprenta luego de haber sumado que ocho y siete eran dieciséis. Y, abstraído de todo, no hacía otra cosa que repetir: ocho y siete son dieciséis. Ese fue su único mundo posible.

¿Estamos igual que el vendedor hace siglos confiados, ensimismados en nosotros mismos, y abstraídos de todo? ¿Es este nuestro único mundo posible?


Por Diego Romero  -  Periodista, filósofo y escritor.