"…Como esas cosas bellas que nos endulzan la memoria, he tenido el brasero a mi lado muchos años de mi niñez.."

 

Al centro de la humilde cocina, debajo de la mesa, custodiando la dignidad de la vejez o poniendo el pecho a los fríos trágicos de los pobres, un hito del hogar se sube a las historias más simples y sueña con no morir, cobijado en la médula de las escenas familiares.

Aun lo vemos en el campo y en los barrios que circundan el progreso que se va instalando con cemento y confusión. Obstinado en sobrevivir, hasta algunas parrilladas lo brindan cordial bajo las mesas como una extensión del fogón donde el asado sigue siendo en las reuniones el rito más argentino, aunque cada vez más lejos del alcance de la gente.

Como esas cosas bellas que nos endulzan la memoria, he tenido el brasero a mi lado muchos años de mi niñez, ceniciento y dulce, incorporado a los sentimientos de un hogar humilde. Cuando estos breves pero sufridos inviernos de los valles precordilleranos hacen pata ancha, él sale desde el silencio como cigarra del ostracismo y se pone al frente de las toses y los fríos, constituyéndose en solcito íntimo para que la pavita sirva mates tratando de alcanzar pequeños sorbos de veranos simbólicos. 

Reina este soberano en la tibieza digna de la pobreza y los hogares que no se resignan a abandonar sus pequeños sentimientos y emblemas. Uno lo ve enseñorearse desde siempre por la majestad del campo, y desde allí invadir barrios y ciudades con el desparpajo de quien sabe que las cosas simples tienen el camino allanado. Lo tengo clavado como árbol de luz y amor en la modestia de la cocinita que construyera en su casa mi abuelo, y en la antigua casa del barrio Rivadavia donde fuimos acumulando figuritas y sueños de la infancia; o en aquel velorio en el Médano de Oro, cuando un esforzado como romántico labriego sucumbió de frente ante su arado e ilusiones, dejando a los suyos un campo sembrado y un puñado de poemas en el surco para que nadie jamás olvidara que el amor puede el milagro de una vida constantemente renovada. 

Esa noble estufita preñada de tradiciones, que establece fogatas de amor bajo las mesas, nos sigue ilusionando con la porfía de un pasado al que le es muy difícil morir. 

Imaginar el fuego del hogar en un verano ardiente es difícil; pero de lo que se trata es de los momentos. Como sueña Borges, las cosas valen no por lo que son sino por el momento en que ocurrieron, por la época. Valen más que los tropiezos circunstanciales los tesoros de los que estamos hechos.

Es posible que cuando todo esto que hoy nos rodea se enseñoree por sobre las vidas simples, y quizá sea abandonado al costado de la historia, algún viejito indoblegable y sensiblero lo rescate de las crónicas familiares como quien recupera su bandera en la batalla, y entonces el noble brasero se reencarne en otras vidas como una estrella invencible, y se propague como la buena semilla, Ave Fénix inquebrantable. 

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.