Diego se fue. Y su muerte nos mostró la fragilidad de la vida, aunque como decía Robespiere, quizás con su partida comience su verdadera inmortalidad. También su muerte nos mostró la importancia de la actitud que asumimos frente a ella. Con la genialidad de siempre, una última jugada quedó inconclusa en el aire para que cada uno la termine libremente. 


Efectivamente, la muerte de Diego Maradona puso en foco la tensión entre nuestra libertad y el derecho-deber de conservar la vida que nos ha sido confiada.


Vemos el primer punto en tensión: nuestra libertad, aunque es más apropiado hablar de autonomía. El Principio de Autonomía es un paradigma bioético referido a la capacidad de autodeterminarse de una persona. Es decir, de obrar sin ningún tipo de interferencia, dándose a sí mismo una norma de acción. Para ello es necesario que la persona pueda deliberar racionalmente sobre sus opciones y que la elección sea libre. Sin esos requisitos no hay autonomía posible.


Sin embargo, esa autonomía no implica que la persona tenga independencia absoluta y no necesite de nadie para su existencia o subsistencia. Por el contrario, también es un constitutivo del ser humano, su sociabilidad natural. Tendencia que le lleva a tejer redes de interdependencia con sus vínculos familiares, afectivos, sociales, etc. Las decisiones que tomamos siempre afectan a otros en el aquí y en el ahora o tal vez con proyección hacia el futuro. Ni somos una isla, ni estamos en una isla. Nos necesitamos. ¡Y vaya cuánto!


Esta autonomía en el marco de la relación médico-paciente, requiere abandonar el viejo arquetipo del paternalismo médico, para centrarse en el respeto del médico a los valores del paciente y sus decisiones sobre su salud. Ahora bien, la autonomía del paciente no puede llevarse puesta la figura y misión del médico. Siempre será una relación interpersonal marcada por un "encuentro entre una confianza y una conciencia" (Carta de los Agentes Sanitarios, pto. 2- "Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios", 1995) 


Hablamos de un encuentro entre la "confianza" de la persona enferma, y por tanto necesitada y la conciencia del médico que puede hacerse cargo de su necesidad y que va a su encuentro para cuidarlo y sanarlo (pto. 4). Es una relación de diálogo que va más allá de la información médica. El encuentro es entre dos voluntades que deben trabajar en conjunto por un bien que los trasciende a ambos, como es la vida y su dignidad desde el principio hasta el final. Es una relación basada en la sinergia, donde el todo es mayor que la suma de las partes. Por eso, ninguna de las dos partes puede quedar fuera del acto terapéutico. El equipo de salud tendrá que tener entrenamiento suficiente para acompañar al enfermo en las distintas etapas que irá atravesando. Por su parte, el paciente, asistido por su familia y afectos, podrá elaborar los límites de su corporeidad y de su salud, hasta la aceptación de su enfermedad y su muerte. Este es el punto de encuentro entre la confianza del paciente y la conciencia del médico. Claro es que no resulta fácil en una sociedad que absolutiza el ejercicio autónomo de nuestra libertad.


Vamos al segundo punto planteado: el derecho-deber de conservar la vida que nos ha sido confiada. Para ello voy a partir de una pregunta: ¿puedo disponer de mi vida? Disponer significa renunciar a un bien propio del que soy dueño. La clave está en discernir sí realmente somos dueños de nuestra vida. Cualquiera fuese la cosmovisión filosófica o religiosa que sostengamos, lo cierto es que la vida nos ha sido dada. Es un dato de la realidad. Por lo tanto y siempre desde esta mirada, no habría derecho a disponer de nuestra vida. 


He aquí la tensión entre el derecho a decidir sobre nuestra vida y el derecho-deber de cuidarla responsablemente. Según cómo resolvamos esta tensión habremos de elaborar nuestra propia actitud frente al dolor y a la enfermedad.


Esta es la pirueta final que dibujó Diego en la puerta del área chica. Cada uno la termina. 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo