La cosecha de uva no es sólo un trabajo, sino que es parte de la tradición cuyana con sus clásicos rituales que le dan identidad al campo. 

Llegados los meses de febrero, marzo, incluso abril; los viñedos sanjuaninos, se ven colmados de hombres y mujeres que llevan a cabo su tradicional tarea anual, la de cosechar copiosos racimos de uva que luego se transformarán en vino cuyano. De esta manera la habitual tranquilidad que atesta los parrales, se ve repentinamente interrumpida. Desde que se plantaron las primeras cepas en nuestra tierra, los cosechadores encarnan a esa clase de personas que tienen la noble y esforzada tarea de recolectar manualmente el fruto de la tierra.


Esta tarea no es una más, entre las labores agrícolas de nuestro campo, implica ligereza, laboriosidad y hasta un cierto ingrediente de astucia, viviéndose algunos momentos del trabajo, con un clima fiestero. Para cosechar generalmente los trabajadores se organizan perfectamente en cuadrillas, y lentamente y cuadro por cuadro, van recogiendo de manera artesanal, cada racimo.


Usualmente, familias completas, sin importar el sexo y la edad, ejecutan establecidamente estas labores. El ruido metálico de las tijeras suena como una melodía entre las numerosas melgas del parral. Antiguamente se utilizaban como recipientes solamente cajones.


En ese entonces tenía un rol primordial el llamado "rastrero'', persona encargada de recolectar estos cajones, en una rastra o carro, tirada a tracción a sangre.


Los hombres elegidos para esta tarea eran los más rápidos y diestros y por ende los que tenían mejor paga. Una vez recogidos los recipientes, saturados de uva, eran llevados a un depósito de hormigón, esto son los lagares. Desde aquí, otro grupo de rudos hombres, sudando a mares, cargaban el respectivo camión, haciendo un derroche de fuerza y esmero con sus horquetas.


El utilizar gamelas implica otro tipo de organización. Para cosechar con más rapidez los trabajadores utilizan una "ganchera'', una especie de gancho, en donde se ensarta el recipiente de manera que se aliviane su peso.


De esta manera y generalmente de a dos vendimiadores van ejecutando la tarea; uno corta el racimo, habitualmente es una mujer; otro sostiene con fuerza el recipiente, que puede llegar a pesar hasta 25 kilos. 


Este último es el que lleva la gamela hasta el vehículo y ahí es donde se le entrega una ficha, que luego cambiará por dinero. Generalmente los cosechadores trabajan de "sol a sol''. A mediodía se interrumpe la rutina trabajadora, para alimentarse y reponer energías.


En todo este exhausto trabajo, las mujeres aportan no sólo su prolijidad femenina, sino que también animan las dilatadas horas de trabajo, exteriorizando su bella presencia, tal como lo dice las coplas de una cueca: "vas luciendo tu elegancia de la viña, al callejón, cuyana cosechadora, pocitana de mi amor...''.

Por Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia