Al inventar Gutenberg la imprenta en el siglo XV, algunas voces se alzaron contra los peligros de que un técnico potenciara la democratización del conocimiento, una sospecha que se cierne hoy también sobre la web.
"Jamás se han visto tales desmanes entre los estudiantes y todo ello es debido a los malditos inventos modernos que echan todo a perder (…) sobre todo la imprenta, esa peste llegada de Alemania. Ya no se hacen libros ni manuscritos, la imprenta hunde a la librería. Esto es el fin del mundo", ponía en boca de uno de sus personajes Víctor Hugo en "Nuestra Señora de París" (1831).
La sensación de amenaza por el cambio no es nueva y los argumentos que se dieron entonces no distan mucho de los que se esgrimen ahora contra el rumbo incierto que las nuevas tecnologías de la información reservan a la industria editorial, a los medios de comunicación y a la industria del entretenimiento.
En diciembre de 2008, la Universidad de Columbia publicaba en su revista "Journalism Review" un artículo titulado "¡Sobrecarga! La batalla del periodismo por la relevancia en una época de demasiada información" y aseguraba que la abundancia de recursos crea insatisfacción y pasividad.
José Manuel Trabado Cabado, desde la Universidad de León, afirma en su estudio "Saturación informativa y los nuevos cronotopos de lectura" que el sistema de hipertextos -los enlaces de la web- "amenaza con no dejarnos regresar nunca, prometiéndonos maravillas aquí y allá y tesoros camuflados en selvas demasiado grandes para los mapas del hombre".
Actualmente, nadie sospecha de una inmensa biblioteca y nadie discute el papel cultural fundamental del libro. ¿Sucederá lo mismo en el presumible caso de que la web y los derechos de autor se pongan de acuerdo para poner a disposición del navegante todas las obras editadas?
Desde la perspectiva empresarial, el nuevo invento allá por 1450 también convertía en caduco a todo un oficio, el de los escribas, cuya tarea de 20 años quedaba automatizada por los tipos móviles de Gutenberg. Hoy se ven amenazados los periodistas, las discográficas o los editores, entre otros.
La Biblia de 42 líneas de Gutenberg inició "la edad de la imprenta" y en su época, muchos consideraron la novedad como un invento protestante, aunque pronto el Papa de Roma se encargó de utilizarla también como instrumento de difusión católica.