Todo aquel que ha viajado por España o ha residido un tiempo en su territorio, pudo comprobar que Cataluña, y su capital, Barcelona, en particular, se diferencian bastante del resto de las 16 comunidades autónomas en que se encuentra dividido el reino. Ya Domingo F. Sarmiento, en su viaje a Europa (1845-1847), volvió decepcionado por la España "decadente” de la época y sólo rescataba a Cataluña por su modernidad y espíritu de progreso. A comienzos del siglo XX hubo unos pocos años de esperanza, con la caída, en 1931, de la monarquía de Alfonso XIII (abuelo del actual monarca) y el advenimiento de la república. Pero los tiempos que se sucedieron serían más bien trágicos con una guerra civil y 37 años de dictadura. La muerte de Francisco Franco en 1975 y la llegada de la democracia, en 1977, produjeron un cambio radical para todos los españoles, en particular para Cataluña (se dice que fue la mayor enemiga de Franco) y otras regiones como Galicia, Valencia o País Vasco. Comenzando por la recuperación de la lengua original (catalán, gallego, valenciano y vascuence) cuyo uso había estado prohibido durante las casi cuatro décadas citadas. Sin embargo también creció la "catalanofobia”, que posee una larga historia, o lo que también se dio en llamar "la ingrata conducta del pueblo catalán con el resto de España”, porque políticos nacionales de derecha como de izquierda consideraban a Cataluña como "una comunidad egoísta, rapaz e insolidaria”. En ese marco ha flotado también, en más y en menos, según la época y los problemas de la sociedad, aquello de la "carencia de amor a la patria española”, como llegó a definirlo el historiador español Rafael Altamira en el siglo pasado. A su vez, siendo presidente de la comunidad autónoma de Castilla y León el conservador Juan José Lucas (1991-2001), se quejaba diciendo que "no puede ser que las regiones ricas sean cada vez más ricas y las pobres más pobres, ni podemos aceptar que las regiones conflictivas sean siempre las grandes beneficiarias”. Quizá ello viene de que se ha comparado históricamente a los catalanes con los fenicios, por aquello de su profunda experiencia para el comercio, y en este caso puntual, para lograr lo máximo mediante presiones basadas en amenazas de separatismo, etc., aunque paralelamente nadie ignora la legendaria laboriosidad catalana y sus ideas modernas en todos los campos.
En los años ’90 entrevisté en su despacho de presidente del gobierno catalán (Generalitat de Catalunya), a Jordi Pujol, aún hoy un fuerte referente en la política local, quien llama Castilla a todo lo que no es Cataluña dentro de España. Pujol era un buen administrador y hablaba con frecuencia de las deudas del Estado español ante "el país catalán”, y las diferencias, como sucede también con los vascos, en materia de bandera, impuestos y fuerzas armadas. Pero cuando terminaba una negociación económica favorable con el gobierno central (entonces de Felipe González o José María Aznar), recuperaba fugazmente su amistad con el oficialismo español y no se privaba, tras las fiestas de fin de año, de acompañar a los reyes y su familia a esquiar en Baqueira Beret (estación catalana en los Pirineos con el mayor espacio esquiable de España), aunque el resto del año criticara a la institución monárquica y al gobierno y defendiera la idea independentista. Por otra parte, Ortega y Gasset, filósofo español muy conocido por nosotros ("Argentinos, a las cosas”), hablaba de "conllevar” para explicar esa necesaria relación de conveniencia entre Cataluña y el resto de España.
Pero en los tiempos actuales se ha llegado más lejos en los reclamos desde Barcelona, porque el presidente local, Artur Mas, pretende impulsar un referéndum independentista que acaba de chocar hace pocas semanas en las urnas con el insuficiente apoyo de los catalanes. Como ya publicó DIARIO DE CUYO, de los casi 7 millones y medio de habitantes, estaban en condiciones de votar 5,41 millones y el 43,87 % apoyó la idea separatista a través de su voto al gobernante partido CiU (Convergència i Unió). Es decir, que si bien ganó no puede ostentar la mayoría absoluta que se buscaba para convocar al referendum independentista, perdiendo 15 diputados. Fue un gran respiro para el gobierno central de España, presidido por Mariano Rajoy, que se opone sin medias tintas a la creación de un estado europeo propio en Cataluña.
Pero la gran pregunta que permanece es, ¿le conviene realmente a Cataluña desprenderse de España y ser un Estado europeo? De acuerdo con los estudios realizados en Barcelona, la región no podría contar con el euro como moneda, lo que generaría más inflación; su deuda, que supera los 44.000 millones de euros, sería muy difícil de negociar con la Unión Europea, y, entre otros perjuicios más, le resultaría casi imposible compensar al estado español las enormes inversiones realizadas por éste en territorio catalán en los últimas décadas. Por ahora el Gobierno español tiene un problema menos de qué ocuparse, y el rey Juan Carlos sonríe feliz. Aunque la paz navideña se ve acechada económica y socialmente como nunca desde los años de posguerra.
(*) Periodista. Fue redactor de la agencia Europa Press R. (Madrid).
