Ahora tendremos que acostumbrarnos a su extensa ausencia, esa mancha que a veces se estira hacia atrás y otras cae luminosa desde el hombro de la nostalgia. Argentino Luna, el gaucho de Madariaga nos ha dejado, rengos de canciones hemos quedado, pobres de profundos pensamientos, desencontrados con esa luna llena, fundamental que él era, que ha sido su vida concibiendo cantos y duendes en la fecundidad de los escenarios.

Fue un autor fundamental y un cantor que seguramente se enorgullecía de llegar tan hondo con esa espinita celeste de una voz tan simple. Muchas veces hemos dicho que cantar es transmitir. Sólo es cantor quien tiene el don de llegar a la gente, cualquiera sea su voz. El "negro'' Luna tenía una expresión singular; dejaba caer la canción en un regazo de sones ingenuos, casi elementales; dueño de una afinación asombrosa, se apropiaba de todo cuanto lo circundaba y en él era contenido: público, paisaje, añoranzas, sentencias, magia y fantasía. Luna también nos ha dejado una lección de hierro: no es necesario hacer mucho ruido en un escenario para ser un grande. "Cantá despacio para que te escuchen'', decía Atahualpa.

Entonces vuelve a emerger inevitable el dilema actual sobre la supuesta necesidad de complementar el canto con instrumentos heterogéneos y percusión ostentosa, para "'estar a tono con la época'' o "actualizar el folclore''. El dilema no apunta a pensar si actuar de ese modo es bueno o malo; lo fundamental es hacerlo bien, para que -de ese modo o de otro- se logre calidad, emoción, magia. Argentino Luna (y antes Atahualpa Yupanqui) nos brindaron la enseñanza de que sólo basta la calidad. Cuando uno veía que un escenario casi se derrumbaba en estridentes sonidos acelerados producto de ese actual esquema interpretativo basado en la diversidad de instrumentos y el exceso de percusión, y aparecía el "negro'' Luna con la sola dignidad de su guitarra a pulso, y el público guardaba un silencio de misa para encumbrarlo a la cima de su éxtasis, no puede sino convencerse de que el talento puede más que la fuerza. Un mimo solito en el escenario puede desentrañarnos lágrimas; una armónica, en algunos casos, es capaz de encantar más que una sinfónica; Julio Boca pudo ser más antorcha que un ballet; Ghandi más poderoso que Hitler; una madre más tierna que mil hermosas canciones de cuna.

Muchas veces nos encontramos con el "negro'' en un escenario. Era siempre igual, fraterno, cálido, campechano, buena gente. ¡Hay!, Luna imperturbable de Madariaga, ¿en qué escenario de la eternidad podremos algún día compartir el cielo de la canción más dulce?