Las principales bellezas y dones de María Madre, son presentados por Agustín de Hipona, con lenguaje nuevo y atractivo para los creyentes.


Agustín concede a la concepción virginal de Jesús, una importancia singular. En efecto, la virginidad antes, durante y después del parto, fue motivo de catequesis a los fieles, y en las polémicas contra Joviniano y los elvidianos: "¿Quién comprenderá la novedad, inusitada, única en el mundo, increíble que viene a ser creíble, y en todo el mundo increíblemente creída, de que una virgen concibió, una virgen dio a luz y permaneció virgen dando a luz?" (Sermón 190, 2). También en otro Sermón, el 186,1, expresa: "Virgen al concebir, virgen en el parto, virgen intacta, virgen encinta, virgen grávida, virgen perpetua". 


En la línea de lo que ya hacían Ireneo y Tertuliano, también Agustín emplea la antítesis Eva-María: "Por una mujer, la muerte; por una mujer, la vida" (Sermón 232,2,3).


Agustín estaba convencido de la total santidad de María sin mancha alguna, que en la controversia contra el pelagiano Juliano, el cual asignaba a María el pecado original como cualquier otra creatura, Agustín atina a responder: "No ponemos a María bajo el poder del diablo como consecuencia de su nacimiento, porque la misma condición del nacer ha sido deshecha por la gracia del renacer" (Obra imperfecta contra Juliano 4, 122). Mucho se ha discutido sobre si Agustín había pensado en una exención de María del pecado original. Recordemos que estamos en el siglo IV. En su pensar estaba la solución que darían los siglos futuros, justo en la línea de sus principios, afirmando que los méritos de Cristo, único redentor de todo el género humano, le serían anticipados a Ella con vistas a su divina maternidad. "Porque es íntegra tu fe, quedará intacta también tu integridad" (Sermón 291, 5). 

"La figura de la virgen-madre es leída por Agustín privilegiando en María a la discípula sobre la madre...".

La figura de la virgen-madre es leída por Agustín privilegiando en María a la discípula sobre la madre, es decir, poniendo el factor biológico de la maternidad al servicio de la ley y de la caridad. "Es más para María el haber sido discípula de Cristo que madre de Cristo... Por eso también María es bienaventurada, porque escuchó la palabra de Dios y la guardó; guardó más en la mente la verdad que en su seno la carne. Cristo es la verdad. Cristo es carne. Cristo-Verdad en la mente de María; Cristo -carne en el seno de María. Vale más lo que se lleva en la mente que lo que se lleva en el vientre" (Sermón 25, 7).


Hay también una relación María-Iglesia, a la cual recurre incluso el concilio Vaticano II. Se trata ante todo de una relación de superioridad de la Iglesia respecto a María, porque también María es miembro de la Iglesia. Miembro único, excelso, santo, pero miembro. Ella, con su cabeza (Jesús) forma una sola cosa, el Cristo total. Esta última es una fórmula cara al genio de Hipona al nombrar a la Iglesia.


Pero María, única joya del paraíso no perdido, es no sólo miembro de la Iglesia. Espiritualmente es su madre: "Ciertamente es madre de sus miembros, que somos nosotros, porque cooperó con su caridad al nacimiento de la iglesia de los fieles", nos agrega el santo.


Entonces la fe y el amor de la Virgen, hacia Jesús y a nosotros, hacen de la madre de la cabeza, también la madre de los miembros. 


Así, para Agustín, la maternidad espiritual de María se prolonga en la iglesia toda. Somos sus hijos. Recurramos a Ella con confianza.

Por el Pbro. Dr. José Juan García
Vicerector de la Universidad Católica de Cuyo