En las primeras vendimias locales era común la participación de toda la familia en la tarea.


La novedosa pero precaria elaboración de vino en los comienzos de la época colonial se vio favorecida por la vida de los conventos y, especialmente, de la mano de los jesuitas y su Compañía de Jesús, experimentados trabajadores de la tierra, así como de la comercialización de sus productos. Como sabemos, la hoy bebida nacional argentina era necesaria para la celebración de la misa y por ello los monasterios fueron los precursores, trabajando con propios métodos de elaboración. Por eso, los primeros vinos que reconocieron los sanjuaninos fueron aquellos que se preparaban como sustancia divina para esos actos de fe cristiana que impusieron los colonizadores. Debían hacerse "de uvas puras", y "aunque no resultara un vino bueno, cumplían la condición, ya que la mayoría de los eclesiásticos no poseían conocimientos, y había quienes sabían de cultivo y otros de vinificación. Sin embargo, se cubrían las necesidades locales de los primeros tiempos, según escribió la académica Isabel Girones de Sánchez en su "Notas contextuales para entender el Bicentenario de Mayo en el San Juan de 1810". Más aún, "la vid se adaptó a la nueva tierra y pronto aparecieron más interesados, hasta lograr excedentes que, aunque con defectos, servían como elementos de intercambio en una economía natural", como se expresa en la obra "Así era San Juan cuando nació la Patria", de mi autoría. Por supuesto que la superficie de cultivo dependía del caudal de agua que llegaba a las acequias y canales ya realizados por los habitantes de entonces, advirtió Horacio Videla en su "Ocho conferencias y una más". A su vez, para Juan Draghi Lucero, destacado folclorólogo, escritor e "hijo adoptivo" de Mendoza, en los albores de la vitivinicultura, San Juan y Mendoza surtieron de aguardientes, vinos y pasas a centros lejanos de América, citando al presbítero Alonso de Ovalle, autor de la "Histórica relación del Reyno de Chile", cuando asegura que "las carretas que llevaban el vino y el aguardiente sanjuaninos traerían cueros de Buenos Aires, maderas de Tucumán y yerba mate del Paraguay". Sobre la evolución de la producción vitivinícola, Videla, en la misma obra citada, se ubica en el siglo XVIII, cuando los cultivos del valle de Tulum se habían extendido, y apunta que registraban "unas pocas chacras en Puyuta (Desamparados), Zonda y La Bebida". Con relación al tipo de uvas que comenzaban a marcar la producción sanjuanina, entre los siglos XVII y XIX, "ya se daba en los valles de Cuyo el moscatel de grano redondo y de grano alargado de un gusto y una dulzura extraordinarios, singularmente el de San Juan", como sentencia el jesuita Manuel Morales a quien, según Videla en la obra mencionada, Sarmiento consideraba "inteligente observador de Cuyo, su patria". Volviendo a los orígenes de la uva y el vino en San Juan, otro reconocido autor, Guillermo Furlong, en su "Las industrias en el Río de la Plata, desde la colonización hasta el 1778", asegura que los vinos de los primeros tiempos de esta industria en San Juan "son muy generosos y de tanta fuerza que tras llevarse por tierra más de 300 y 400 leguas, por los calores inmensos de las pampas de Tucumán y Buenos Aires, a paso de buey (...) llegan sin recibir ningún daño, duran después cuanto quieren, sin corromperse, y esto con tanta abundancia que dan abasto a toda la gobernación y provincias, y llegan hasta el Paraguay que está otro tanto más lejos". 

Por Luis Eduardo Meglioli 
Periodista, autor de "Así era San Juan cuando la Patria" (Cícero Ed.)