Resulta trágico darle una mirada a la economía argentina de este 2018 que ya agoniza: el dólar subió 105 por ciento, el riesgo país fue récord, hubo al menos dos corridas bancarias que casi se llevaron puesta a la Nación, la deuda contraída es catastrófica y todo mezclado con un pésimo dominio de Cambiemos sobre las cuestiones políticas. La coalición gobernante llegó a conducir la República prometiendo cambios profundos, pero está cerrando su tercer año de gestión disfrazado de bombero torpe y afincado en la misma idea electoral de hace tres años: la dicotomía con Cristina Fernández. Mientras Mauricio Macri y sus amigos se enfocan en esa simple estrategia, suben la desocupación, el hambre, la mala calidad educativa y no se producen acuerdos profundos que es lo que creyó que iba a ocurrir la mitad más uno del país que votó a Macri en aquel histórico balotaje de 2015. 

El macrismo llegó al poder porque ya los argentinos nos habíamos cansado de los excesos del kirchnerismo, del aislamiento mundial, de la prevalencia teórica sobre la práctica, de las mentiras macroeconómicas, en definitiva, de la soberbia de un gobierno que arrancó muy bien, pero que debió terminar en la primera gestión de Cristina. Después vino Macri acompañado de algunos vientos de cambio y, a los ponchazos, hubo ciertos avisos de que algo de eso iba a ocurrir: más allá del resultado final, por primera vez en mucho tiempo el Congreso fue libre de debatir un tema tan sensible como el aborto; se anunció la Reforma Laboral, algo tan antipático para los trabajadores de este país como necesario para poder competir con las grandes potencias mundiales, pero después quedó en la nada. Incluso el votante supo comprender el año pasado y el anterior, que no podíamos vivir con los irrisorios precios de las tarifas que veníamos pagando y se bancó los tarifazos que todos ya conocemos y sufrimos. Tanto se bancó el votante, que a fines del año pasado le dio al macrismo una gran victoria en las urnas, cuando ya habían problemas muy serios. Después fue la Reforma Jubilatoria, que resultó una manera muy injusta de devolverle al pueblo la confianza que había depositado semanas atrás en las urnas. Hoy por más que la defienda quien defienda, por esa ley un jubilado gana bastante menos que con la fórmula anterior.



Así llegamos a 2018. Y este año fue el peor. Las finanzas débiles, una sequía histórica para la soja y una inesperada suba de tasas de interés de los Estados Unidos terminaron por aniquilar la poca confianza de los inversores en el país y comenzaron las corridas bancarias, promovidas incluso por los mismos excompañeros de los ministros de Macri, cuándo éstos pululaban por las oficinas de las grandes firmas del país o de las delegaciones locales de multinacionales. Después el acuerdo con el Fondo, el dólar por las nubes y la pérdida del salario real de un cincuenta por ciento aproximadamente. 


Los cuadernos salvaron a Macri. La extraordinaria investigación del periodista Diego Cabot y el diario La Nación, distrajeron la atención del público, más enojado que nunca con Cristina y sus secuaces. El peronismo, con los problemas económicos que tienen los ciudadanos comunes, pudo haber hecho lo que quisiera en las calles. Este diciembre -ahora se puede decir- pintaba para peor que el de 2001, pero los hombres que normalmente provocan esas tragedias o están preocupados en gobernar o están amenazados de terminar en la calle Comodoro Py. Eso, probablemente nos salvó. 


Para el año que viene, todo puede ser peor. Y no es un deseo, lamentablemente es un anticipo de lo que puede ocurrir. Nuestros nuevos buenos amigos del FMI ya han pronosticado que el país va a crecer a la mitad del promedio mundial, es decir, casi nada. Argentina no crecerá. La burla de la meta inflacionaria del 23 por ciento es eso, justamente, un mal chiste que no se creen ni en la Casa Rosada. Con suerte vamos a seguir como hasta ahora, sólo en el día a día, nada más. El macrismo, al hacer esos anuncios, termina cayendo en el mismo error que el kirchnerismo. No hay que olvidar que el Congreso aprobó el año pasado un Presupuesto y el Ejecutivo anunció al otro día que cambiaba las metas aprobadas el día anterior. Igual que Cristina.


¿Y por casa?


San Juan es una isla, lo dicen los empresarios y en la oposición también. Las elecciones muy probablemente las termine ganando el gobernador Sergio Uñac, quien está a punto de dominar la interna con José Luis Gioja y ha logrado mantener una equilibrada relación con el gobierno nacional, de otro color político. Por el lado de la oposición, hay varias preguntas sin respuestas, que se irán conociendo a medida que vaya pasando el tiempo: si Marcelo Orrego, Roberto Basualdo o Fabián Martín ocuparán el lugar de líder de la oposición y si logra este grupo de dirigentes seguir perteneciendo a la coalición Cambiemos, algo que está en duda gracias al destete que intentan producir por cuestiones electorales en San Juan. No vaya ser que Marcos Peña y compañía se enojen y terminen los sanjuaninos sin elección y sin ayuda nacional. La provincia, mientras la minería se mantenga estable, va a poder darse los lujos que se está dando, en medio de una crisis política y financiera casi sin precedentes. Hay grises, como que Veladero va a mantenerse a media máquina este año, lo que impactará seguramente en las cuentas del jefe de Hacienda, pero no será nada extremo, dicen en el oficialismo.


En definitiva, este año según los chinos fue el del perro, no del gato. Y se notó.