Siendo pequeña, mi juego preferido era buscar luciérnagas en el jardín. Aún puedo verme entre rosales amarillos queriendo atrapar aquellos bichitos de luz. Han pasado ya muchos años, pero creo que nunca dejé de buscar luciérnagas en la oscuridad. Metáfora de la vida, quizás.

Con este recuerdo de mi infancia, comencé una charla a un grupo de jóvenes líderes, pertenecientes a distintos movimientos. El tema era "La amistad social: ¿un ideal inalcanzable? 

Comencemos aclarando que la amistad social no es fácil de lograr en sociedades fragmentadas como la nuestra, donde todo es ocasión para el quiebre, la crítica despiadada y la violencia verbal exasperante. En esta dialéctica de ruptura, los lazos sociales se van debilitando. 

"Para la construcción de la anhelada amistad social se requiere conjugar tres verbos: levantarse, resistir y avanzar".

He aquí la gran paradoja de lo humano. Somos seres sociales y necesitamos de los otros. Sin embargo, una insociable sociabilidad nos lleva a actitudes negatorias del otro. Por exigencia de nuestra dimensión social, el otro es mi prójimo, pero a veces terminamos eligiendo quién merece ser mi prójimo y quién no. Y así aparecen todas las aversiones y fobias posibles que niegan rostro humano a ciertos humanos. 

Hay quienes piensan que ese odio nos hace descender un peldaño en la escala de los vivientes. "El hombre es lobo para el hombre", diría el filósofo inglés Thomas Hobbes (aunque pareciera que la frase es de Plauto, 250-284 a.C). Cualquiera fuese su autor, la frase sería la metáfora de una caída. Es como sí la cancelación del otro y las atrocidades cometidas a individuos de la misma especie nos arrojara, antropológicamente al mundo infrahumano. Pero, ¿es tan así? Ese depredador que llevamos dentro, según Hobbes, ¿habrá devorado nuestras luciérnagas?

Personalmente, asigno a la metáfora el valor de una figura literaria que nos permite, comparando dos conceptos análogos, resaltar poéticamente la característica de uno de ellos. Así, por ejemplo, la divulgada metáfora "El amor es un tirano", expresa con poesía una característica: que en el amor no hay elección. La figura metafórica "El hombre es lobo para el hombre" pone en foco la irracionalidad del odio. Pero nunca seremos un lobo ni descenderemos de la escala humana. Por eso, aún cometiendo las peores barbaries, la dignidad humana no se pierde jamás. Por otra parte, ni el mismo Hobbes tenía una mirada tan negativa de la naturaleza humana. Porque es el hombre quien, según Hobbes, construye lazos de comunidad civilizada para una convivencia pacífica, a través del contrato social que propone como salida.

Al fin y al cabo, pareciera que el problema y la solución cohabitan en el ser humano. Es como si llevásemos dentro la fiera y el domador. Y en esta lógica interior, que es tensión y lucha con uno mismo, somos capaces de levantar vuelo y lograr pequeñas y grandes metas.

Es cierto que la fotografía de la realidad suele ser pesada mochila para la esperanza. La violencia, la injusticia social y el rechazo al otro, son obstáculos para afianzar la amistad social. Sin embargo, no es momento para el desánimo, sino para cambiar el lente con el que miramos la realidad. Sí aprendemos a mirar en la oscuridad podremos apreciar el bien que brilla a nuestro alrededor. Mientras más debilitados estén los lazos sociales, mayor es la necesidad de abrevar en el bien y la belleza de lo cotidiano. No hay espacio para claudicaciones. Por el contrario, es momento propicio para que emerja con fuerza el temple moral de quienes pueden tejer lazos de comunidad, con una visión esperanzada de la realidad. Para la construcción de esa anhelada amistad social se requiere conjugar tres verbos: levantarse, resistir y avanzar. Ya lo decía José Ingenieros (El Hombre mediocre, 1913): "El que sirve a un ideal, vive de él: nadie le forzará a soñar lo que no quiere ni le impedirá ascender hacia su sueño". 

Como quien busca luciérnagas en el oscuro jardín.

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo