"El éxito y el fracaso son dos impostores", palabras de Rudyard Kipling, uno de los grandes escritores del siglo pasado. La cita está inscripta a la entrada de la catedral del tenis mundial, el All England Lawn Tennis and Croquet Club de Londres. El concepto es una verdad para la vida, vivimos en la permanente dialéctica descripta por Georg Wilhelm Friedrich Hegel, éxito a la mañana, fracaso al mediodía y situación nueva por la tarde. Tesis, antítesis, síntesis y así vamos avanzando en esa secuencia de pequeños crecimientos y tropiezos. Nadie tiene éxito en todos los asuntos ni nadie fracasa fatídicamente. Aquellos que han logrado grandes fortunas suelen quejarse de pobreza en otros planos, afectivo, familiar, amoroso. Otros, que vivieron con la humildad de Diógenes declaran haber sido felices, como la madre Teresa de Calcuta. No fueron invadidos por las cosas materiales y jamás se sintieron despojados de nada. El deportista profesional necesita triunfar para sostenerse mientras que el de club de barrio toma la competencia como una forma de diversión, de mantener su buena condición atlética y hacer amigos, es decir, gana siempre. Todo depende de saber fijar los objetivos. Hay una explicación para aquellos que van a los comicios sabiendo que perderán y también para aquellos que tienen por seguro que perderán siempre. La integración a una competencia puede tener distintas finalidades. Una, ganar, salir primero. Otra, estar entre los mejores, en el podio de tres o en los llamados "top 5" o "top 10". Finalmente, la del simple placer de participar. En el caso de la política, a veces no se trata de la actitud lúdica de divertirse en un campeonato sino de mantener en vida ciertas ideas. El propósito de esta nota es, justamente, valorar esa actitud desinteresada que anima a algunos candidatos que saben de antemano que carecen de posibilidades. Imaginen la certeza religiosa de creencias que han de tener un Nicolás del Caño y su compañera de fórmula para proponer un sistema en definitiva decadencia como es el socialista-comunista, que supone "que la crisis la paguen los capitalistas" y la "nacionalización" de la banca y del comercio exterior, entre otros arcaísmos. Es muy bueno que estén para recordarnos a dónde no tenemos que ir. Un caso parecido es el de gurúes del liberalismo moderno como José Luis Espert que pide que no votemos al pasado ni al presente, sino al futuro que sería él. Sus análisis son impecables pero son como todos los que aciertan la lotería después del sorteo. El problema más serio de la política no está en saber qué hacer sino en cómo hacerlo, cómo llegar al resultado. Para lograrlo hay que tener capacidad de convencer a mucha gente y sortear muchos intereses. A veces cuesta más convencer a los beneficiarios que a los demás. También es bueno que estén los Espert para que nos muestren el otro extremo de la banda que los Del Caño. En ambos casos sabemos que sería peligroso que ganaran la Presidencia porque ninguno tiene legisladores que pudieran sostener algún proyecto de ley de esos hipotéticos ejecutivos, las cámaras cambian por tercios y por mitades y deben pasar décadas para generar nuevas mayorías. Un caso especial vendría a ser Roberto Lavagna. Si se hiciera un concurso académico y de oposición no hay dudas que saldría primero. Ha sido funcionario público en el área económica desde Alfonsín y luego de una larga carrera como especialista en el área macroeconómica y financiera acredita haber sacado al país del desastre de 2002. A pesar de Néstor, quien lo terminó echando. Nadie puede negar eso, lo que relata en sus avisos de campaña es cierto, negarlo sería injusto. Ahora ¿Cómo es que se lanzó sin partido y sin aliados? ¿Los esperaba conseguir después de hacerse candidato? ¿En las negociaciones previas se negó a prestar el nombre para ser usado? ¿Lo sedujeron los números de las encuestas que lo consagraban por encima de todos los nombres conocidos? Los amantes del fútbol sabemos que todo jugador que está afuera es el mejor. Los cariños decrecen apenas empieza el partido y comete el primer error. Los hinchas se vuelven locos por Maradona pero pocos lo recomendarían para que jugara en sus clubes. Nada puede afirmarse hasta el escrutinio pero Lavagna parece condenado a ser víctima del "voto útil", es decir, del ciudadano que piensa que no votar por las principales ofertas es perder el voto. Tampoco falta quien quiere votar a ganador como si se tratara de una competencia personal, "yo gané", no importando promesas ni programas. Ni la izquierda ni la derecha tienen posibilidades pero está bueno que la publicidad gratuita permita conocer sus ideas. El centro por esta vez parece amenazado por las dos locomotoras de la grieta. Sin embargo, la democracia se enriquece con esa diversidad. Eso es preferible a otros sistemas en los que los conceptos se mezclan en los partidos mayoritarios y no se sabe quién es quién. Hay derrotas más dignas que la victoria, decía Borges.