Muchas cosas le ocurren a todo artista, con motivo de su arte, como nos han ocurrido en nuestra condición de abogados. Respecto de las anécdotas en el Foro, Don Rogelio Pérez Olivera escribió varios libros. Junto a las ya publicadas en notas en este Diario, recordaré otras vinculadas al canto.
En una de las ediciones de una tradicional fiesta de departamento, se había erigido un escenario central y dos complementarios sobre los cerros. Conducía Julio Maharbiz y todos los artistas venían actuando en ese escenario central, que, por su ubicación y dimensiones, se presumía el más importante.
Cuando nos llegó el turno, Maharbiz nos dijo que debíamos actuar arriba del cerro, donde aún nadie lo había hecho. Nos pareció que quedábamos en inferioridad de condiciones, porque además no sabíamos cómo saldría el sonido donde no había sido probado aún por nadie. Luego de algún cambio de opiniones con el animador, quien aseguraba que ése era el mejor lugar, subimos al cerro muy preocupados, y cuando comenzamos a cantar, la reacción de la gente fue extraordinaria; todo sonó tan bien que debimos reconocer el “acierto” del conductor.
La gente se había retirado del legendario Horcón, joya que el tiempo se llevó junto a sus noches peñeras y quedábamos con su dueño, Manuel Minguez, y nuestra familia comentando la noche, musíquera cuando de pronto alguien dio el alerta de que estaban por asaltar el local. De pronto comenzamos a ver sombras que se movían en el parral vecino. Presuroso corrí hasta la seccional Cuarta de Policía a pedir ayuda. Su personal llegó de inmediato y comenzó a internarse en el parral, disimulado en las sombras. Ocurrió que alguien, creo que “Pelufo” Barboza, por su lado se había enterado de la posibilidad de asalto y había dado aviso a la brigada de Investigaciones, y ambos cuerpos se encontraron en el parral contiguo. Los asaltantes, seguramente por esto, desparecieron.
Habíamos sido contratados con Miguenz-Barboza, para cumplir durante el fin de semana una serie de recitales en San Martín, Mendoza y la Capital de San Luis. Felizmente todo fue un gran éxito. El promotor de los espectáculos, luego de extensas actuaciones, nos pedía un esfuerzo más, que improvisáramos una canción en conjunto, los dos dúos, lo que resultó verdaderamente exitoso. Terminado el extenuante periplo, fuimos a cobrar y el promotor, un tal Olivares, de Mendoza, nos sorprendió lacónicamente con un: “no hay un peso”.
Actuábamos hace unos años en el Festival de la Tonada, en Tunuyán, y antes que nosotros cantaban Los del Suquía. El festival se caracteriza por la pulcritud de su organización. A este conjunto cordobés se le asignó, como máximo, seis canciones; cumplida la sexta, no obstante la invitación del animador a retirarse, los muchachos se quisieron quedar, en realidad sin mucha exigencia del público, porque así hubiera sido diferente. Fue entonces que los organizadores les apagaron las luces del escenario y les privaron del sonido. Nosotros, entre bambalinas, no lo podíamos creer.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor. compositor. intérprete

