Mi adolescencia me encuentra paseando sueños por la esquina de Victoria (hoy Urquiza) e Ignacio de la Roza. Desde todos los rincones de un Desamparados pegado a Villa del Carril, una marea de gente se acerca lentamente a las boleterías enrejadas de un sitio que fue durante años encuentro obligado con lo mejor del cine de esa época.
Asientos de hierro al modo de sillones de patio, ancho corredor al medio y sufridos almohadones que comienzan a esperar su retiro. Altoparlantes que difunden los hit del momento (la vos simple de Palito, la santiagueña de Leo Dan, los tangos de Héctor Varela, las zambas de Los Fronterizos o Los Quilla Huasi, el ritmo de Rita Pavone, la melancolía de Mina).
Mientras, esperamos ansiosos que las sombras comiencen pausadamente a ganar desde los ángulos del largo escenario, anunciando el comienzo de la función, aunque ese momento nos aleje unas horas de la muchacha que hemos ‘fichado’’ y que está tres sillones a la derecha, sobre quien se me pasó por la cabeza ocupar el sillón que está vacío a su costado y tenerla más cerca.
Cine ‘Jardín’’. Posiblemente un símbolo entre las decenas de ‘cinemas’’ criollos al aire libre que poblaban los barrios y departamentos de San Juan. Pasarelas de flores y cascadas, un triunfo de la naturaleza veraniega metida entre las voces de Jonh Wayne y Gary Cooper y la selva de Tarzán; un estallido de verdes y ríos que se despeñan desde cercos de ladrillo visto, y que nos suavizan el rigor de estíos de fuego.
Las luces que estallan a pleno indican que la función de dos películas ha terminado. Que la melancolía del cine realista de Vittorio de Sica, que nos hizo lagrimear con sus personajes creíbles, se nos queda acurrucadita en el corazón; que nos llevamos a la cama la dulzura infinita y triunfal de Chaplin; que esperaremos -ya en casa- que desde la desmesura de una ventana abierta al verano venga a nosotros la mirada latina y frutal de Sophía Loren tirando vida por sus ojos miel, ante el espejismo de la violación de su pequeña en el film Dos Mujeres.
Es el momento. Miro hacia mi derecha y veo que en el sillón de al lado que ocupa la muchacha que yo admiraba, ha sido invadido por un chico que la tiene aferrada por su mano de mimbre, y que de este modo cruel como natural se la lleva de mis sueños adolescentes.

