Ocurrió en mi viaje a Berlín, veinticuatro horas después de aquel 9 de noviembre de 1989, día de la caída del Muro que dividía a esa gran ciudad en dos, Berlín Este y Berlín Oeste. Casi un año después, el 3 de octubre de 1990, Alemania vería de nuevo la luz de la unificación tras 28 años de división. Por la mañana del 10 de noviembre de 1989 había asistido a una rueda de prensa del entonces primer ministro de la ya ex República Democrática Alemana (RDA), Lothar de Maiziere, quien de inmediato pasó a formar parte del gabinete de Helmut Khol, histórico canciller alemán (primer ministro).
Al referirse a la caída del Muro de Berlín, De Maiziere aludió claramente al “levantamiento simultáneo” de las barreras del pensamiento, de la economía y de la libertad “desde todo punto de vista democrático”.
Por su parte Khol, ahora jefe del gobierno de la nueva Alemania, coincidió con de Maiziere: “Nadie puede matar las ideas de los hombres por que el hombre nace libre y debe vivir en libertad”.
“Las ideas no se matan”
Lo recuerdo perfectamente. Estaba allí. Era un sanjuanino entre la veintena de periodistas de todo el mundo, y se me dibujó en el cálido y suave aire berlinés de aquellos momentos, la figura más preclara de la historia de mi provincia. Para cualquier sanjuanino era inevitable recordar que aquellas expresiones de los dos “premiers” alemanes de entonces palabras más, palabras menos- las habíamos oído antes, hace mucho tiempo. Y estaban escritas desde el siglo XIX.
Después, volví a acercarme a los restos (que aún hoy quedan) del felizmente caído “muro de la vergüenza”, y como en el cerro de Zonda, en San Juan, allí creí ver escritas las palabras que acababa de escuchar de Khol y de Maiziere. Pero brillantemente sintetizadas: “Las ideas no se matan”, la frase (en francés) que el 18 de noviembre de 1840, Domingo Faustino Sarmiento, dejó para los tiempos en la montaña zondina, de paso a su obligado exilio en Chile.
Ni la célebre “Libertad, Igualdad, Fraternidad” de la Revolución Francesa, precisaba con tanta exactitud ese momento histórico para Alemania y para la nueva Europa que comenzaban a dibujar con prisa los cartógrafos.
A Sarmiento le bastaron cinco palabras, hace 185 años, y con la rapidez de quien huye en busca del destierro para salvar su vida e intentar socorrer a los que quedan en la patria chica.
Toda comparación suele ser injusta, y no pretendo elevar a aquellos dos políticos alemanes a la altura histórica de Sarmiento en todo un continente. Pero sencilla y elocuente, saltaba una vez más la poderosa visión de presente y de futuro del Maestro de América.
Las ideas de Sarmiento siguen estando vigentes
Sus ideas siguen estando vigentes hoy, no solo en su tierra, sino en aquel continente que él conoció física y literariamente. Su palabra, llena de sinceridad y de grandeza, sus proyectos de renovación y de progreso, su empresa de salvar al país bajo el claro concepto de nación libre continuaban siendo entonces valores irrefutables por los que luchar desde la lejanía de una tierra casi extraña y ajena como la chilena.
El civilizador de América pidió la supresión de todas las trabas intelectuales y fiscales en el país para conseguir el libre movimiento de los hombres, de las ideas, de las mercancías.
“Toda civilización es inútil, allí donde no brilla el progreso con luz propia”, decía.
Desde su gobierno de San Juan entre principios de 1862 y hasta 1864, impuso aires de renovación y de progreso en contraposición con los caudillos, hombres de violencia y arbitrariedades.
Los tiranos europeos que manejaban sus países a su antojo en aquellos últimos años del siglo XX bajo la estricta vigilancia y protección de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), como los Ceausescu (Rumania) y Honecker (Alemania del Este), entre otros, igual que los actuales dictadores sudamericanos, Maduro, Díaz- Canel, Ortega, no tenían una idea clara de nación por que la confundían con sus bienes personales y los de sus poderosos amigos intentando conservar a toda costa el feudo para su uso familiar y en nombre de una supuesta igualdad social que jamás demostraron ni lograron.
La enorme diferencia
Quien esto escribe pudo comprobar la enorme diferencia de progreso entre el Berlín Oeste y el Berlín Este al cruzar entre escombros los primeros espacios del Muro destruido a combazos por los propios ciudadanos de uno y otro lado de la actual capital de Alemania. Aquellos tiranos europeos terminaron cayendo bajo el viento huracanado de la libertad. Y el hombre que escribió su apotegma “Las ideas no se matan” sigue vivo. Sarmiento estuvo aquellos días en Berlín. Yo lo vi. Su presencia imprevista en mi levemente europeizada -por el tiempo- mente de sanjuanino, fue un plácido mar en el que se impregnaron aquellas palabras en alemán que yo había oído muy cerca del muro muerto.
En torno a sus ruinas, a ambos lados de los restos de la otrora mole de desencuentros, de batallas sin sentido, de odios y de casi 30 años pasados en vano, los alemanes, de gestos casi siempre duros y de sonrisas escasas, seguían celebrando.
Si algún lector no ha comprendido por qué pude acordarme de Sarmiento en Berlín en los días de la caída del célebre Muro que dividía la ciudad en dos, le ruego acuda a bucear nuevamente en los textos del Gran Maestro. Y aunque, por todo lo expresado, no es fácil pensar que los argentinos podemos darle lecciones de democracia o de trabajo y liberación al pueblo alemán, puedo asegurarles que “Facundo. Civilización y Barbarie” (en alemán) está a mano de los ciudadanos en la mismísima biblioteca Preussischer Kulturbesitz de Berlín.
* Voces alemanas
Me acordaba de Ursula Bremer de Ossa, una de las primeras voces alemanas que reconocieron mis oídos en San Juan y brillante e inolvidable gestora cultural.
Recordé una “Fiesta de la Cerveza” a la que me invitaron en una ocasión en la sede de los alemanes de San Juan. Precisamente la cerveza, protagonista final de una inédita verbena en suelo berlinés, en medio de la algarabía general, desafiaba al pasado poco a poco, a la vez que ahuyentaba posibles tormentas por la asombrosa velocidad del proceso unificador.
Al canciller Khol se lo observaba entonces casi tan grande como un célebre antecesor suyo, Konrad Adenauer, quien como primer canciller de Alemania lideró de forma brillante a su país tras el nazismo y sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial.
Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista. Ejerció el periodismo más de una década en Madrid, agencia Europa Press R.

