El bullicio exterior me trajo a la memoria sonidos inolvidables, gritos alegres, urgencias, alguna burla. En la calle un grupo de chicos jugaba a la pelota con un balón de plástico; arcos construidos con piedras y una traza hecha con tiza a la mitad del pavimento. El plástico es el nuevo habitante del fútbol callejero que suplanta a la pelota de trapo hecha con viejas medias (y a veces nuevas) varias veces retorcidas sobre sí, o la redonda de goma que fácilmente se pinchaba, y entonces la tristeza.
Los potreros donde la pelota reinaba (humilde y codiciada niña) han sido desplazados de las ciudades.
El bullicio que era su esencia, se acomoda a sus pérdidas, y de vez en cuando, en las calles, donde automóviles hacen algunas piruetas para eludir la trama que le ponen al paso los muchachitos, se cuela como rayo de sol para contagiar la vida.
Aquellas tardes, cuando las canchitas eran habituales en los barrios, pugnan por no morir. Escenarios amateurs donde se forjaban los sueños de llevar las genialidades al territorio cuasi profesional de los Baby Fútbol que convocaban barriadas en Villa del Carril, Valdivia, Desamparados, Trinidad, Rawson. Transcurrimos aquella instancia de dulces epopeyas acariciando la vida en nobles batallas diarias luego del colegio y la merienda de pan con miel, casi al atardecer. Pocas márgenes nos dejaba el remanso del día para corretear las sombras.
Esos instantes de no más de una hora eran nuestra gesta de rodillas peladas y alguna que otra reyerta con un extraño de otro barrio que quería copar nuestra parada.
El barrio llora. Remesones de sollozos tapan con ponchitos criollos los días cada vez más solitarios, menos vivaces, aunque más ruidosos. Pero no será tan así correr de sus callecitas el estremecimiento de las carretelas; el obstinado afilador que se monta a una nube rosada para encontrar su último organito; el misterio de la pericana colando su figura helada por los ventanales de nuestros sueños; el pedaleo desesperanzado de un amigo que juntaba figuritas con nosotros y murió bajo las ruedas de un auto que le privó de mirar la salida del sol, pero que posiblemente ande aún por ahí cargando la luna menguante en su triciclo; el rostro senil de la ajada pelota de tientos protegida con grasa de chancho; el cielo, siempre el cielo añil de mi barrio, que conservo como trofeo cristalino en mi pecho, aquel cielo calidoscopio de frutales siestas en vela, protegiéndonos de amores. pérdidas y ausencias.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.

