Cuando me enteré de tu partida, pensé: “He llegado tarde, Angelito, unos días después de lo debido; pero estamos a tiempo para decir lo que corresponde. La vida puede sorprendernos con una flor a destiempo o un dolor a contrapelo. Leopoldo Marechal solía sufrir su perfil existencialista temblando ante la dicha de un día feliz, porque seguramente habría de seguirle un día triste. La vida misma, por cierto, aunque la secuencia no sea tan dramática; flores y espinas. La vibración de los claroscuros, el sacudón de lo inesperado”.

Angelito Girardi, como todo músico, todo artista, como el hijo que se aleja un instante para tentar suerte y regresa, quizá herido, quizá enriquecido, para reasumir orgulloso su lugar de hijo. Angelito retorna con su bandoneón a cuestas, la vida misma declarada en esa callecita arrugada que se ensancha y estrangula en cada barrio sanjuanino que recorre en dos manos ocurrentes de pájaros; retornará y lo hará para quedarse para siempre, lastimado y frágil como era ese susurro herido por mil botones, pero triunfal.

Tangos tiene de sobra para diseñar la nostalgia, la traición y el reencuentro; sonrisa de puro ángel también; nada le sobra a este hombre simple que decía los arrabales porteños con mesura e ingenuidad. Longilíneo y tierno, ha de seguir Angelito su camino de melodías que ni el diablo podrá matar; la canción es inmortal porque es el ademán más soberbio y poderoso de aquellos que en instantes iluminados de ternura y fuego entregan para estar acompañados por los demás.

Niño era, y la imagen me asalta como en los laberintos del sueño; una pista de baile en el Club del Barrio Rivadavia, un locutor engolado que anuncia una “orquesta típica” (cuando más reinaba el tango) y en el improvisado escenario dos bandoneones, dos violines, un piano y un enorme contrabajo; todos bajo la dirección del maestro Ángel Girardi…..

El sueño-realidad me arrima floreos de un bandoneón extraño, la mano de mi padre sobre mi rodilla, mi madre a su lado en silencio, el perfume codiciado de los sanguches de mortadela, un parejita que se sube al amor de un tango o el romance de un vals ciudadano para encontrarse en la pista de la vida, el sueño que me tumba sobre las rodillas de mi madre, el frío de la madrugada en la pista del Barrio Rivadavia, el bandoneón profundo de Ángel Girardi que me lleva en andas del sueño y que seguramente ya sabe, en sus entrañas de duendes y hechiceros, que ha de ser inmortal.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor. Intérprete