Cuando el coronavirus se transformó en epidemia la Organización Mundial de la Salud (OMS) y diferentes expertos internacionales comenzaron a estudiar la situación global y cómo el brote hacía estragos en distintas regiones a la vez de lanzar las recomendaciones sanitarias para evitar los contagios masivos, como el aislamiento social a falta de medicaciones preventivas. En esos momentos los especialistas comenzaron a hablar de la "excepción africana" con diversidad de opiniones y debates al comprobar que allí la catástrofe pronosticada no existía.


Las teorías especulaban en torno a la escasa movilidad poblacional con menos vuelos internacionales con respecto a otros continentes y la experiencia africana con epidemias como la malaria, tuberculosis, cólera, VIH y ébola que obligaron a la comunidad científica y médica africana a innovar en cuanto al resguardo de los habitantes a pesar de miles de víctimas fatales. Además se consideraban las expectativas de vida de los africanos muy inferior a las naciones emergentes por naciones devastadas por la pobreza y los conflictos armados.


Este era el panorama en abril y mayo pasados, pero la realidad vino a aclarar todas las teorías y ahora la situación es dramática porque la expansión del Covid-19 suma 800.000 casos y más de 16.500 muertos en medio de una precariedad de recursos que tiene a más de 10.000 trabajadores sanitarios contagiados por carecer de protección no obstante los dos millones de elementos recibidos, desde mascarillas a trajes y guantes al comenzar la crisis.


También la infraestructura es precaria, apenas el 16% de los 30.000 centros hospitalarios del continente cuenta con algunas medidas adecuadas y sólo el 7,8% (2.213 nosocomios) tiene capacidad para aislar pacientes, según la OMS, aunque la escasez de datos confiables es común en muchos de los 55 países africanos. Algunos gobiernos son reacios a reconocer epidemias o exponer sus ruinosos sistemas de salud a la consideración internacional, ni la población recibe comunicaciones sobre los protocolos a seguir a pesar de que ninguna región africana está libre de coronavirus.


La ONU y demás organismos multilaterales deben poner en marcha acciones de salvatajes para África más allá de las consecuencias sanitarias. La pandemia llevaría a la indigencia a 50 millones de personas, según el Banco Africano de Desarrollo, a partir de los 425 millones actuales que viven bajo el umbral de pobreza, agravándose la recesión económica que existe desde antes del coronavirus, con una pérdida de 30 millones de empleos.


La vulnerabilidad africana en la pandemia es única y ningún gobierno, por sí solo, puede contener a la enfermedad. La ayuda global en mayor o menor medida debe canalizarse rápido hacia este continente porque lo que allí ocurra tendrá repercusión mundial.