Quizás, a quien no leyó la reseña del programa, no le quedó tan claro que estos "perros sin plumas" a los que alude la genial Deborah Colker no son más que una metáfora, hermosa e intensa, de esos hombres-animales, sin brillo, que habitan el Pernambuco brasileño. Una comunidad de bajísimos recursos mimetizada con esas tierras lodosas y ese río de vida que los atraviesa, y donde la coreógrafa, bailarines y todo el equipo vivieron durante más de 20 días para adentrarse en sus entrañas. Resultado de este largo y rico proceso inspirado en el libro homónimo de Joao Cabral de Melo Neto, es el premiado "Perro sin plumas" que Colker trajo al Teatro del Bicentenario; una comunión de danza y película, de sonidos de la naturaleza, ritmos tribales y hasta notas electrónicas; de belleza, testimonio y denuncia. Sólo con el corazón apretado ante lo "inconcebible", la comprometida -y también encantadora- brasileña, bucea en este mundo de injusticia social y crisis ambiental; y su grito es poesía en movimiento. Una compañía impecable, que destila enorme técnica, condición física y lenguaje Colker -es decir, una creativa fusión de lenguajes-, logra movilizar al público en esta obra atrapante y cargada de símbolos (como las cajas que aluden a las favelas, la articulación de bailarines como un cangrejo que defiende su territorio o el atuendo que simula cuerpos desnudos cubiertos de barro). Y tanto así que aún sin tener la reseña previa, el espectador no sólo se ve impactado por las maravillosas formas y dinámicas, sino también se deja transportar a aquellas raíces -lejanas y próximas a la vez-, maravillosa y profundamente hechas danza.