Juan Bautista Tata Yofre, para Infobae.

En septiembre de 1989, un emblemático dirigente justicialista pidió verme en mi oficina de jefe de la SIDE. Lo conocía muy poco, pero sabía que en la interna presidencial peronista del año anterior había apoyado al derrotado Antonio Cafiero. Años más tarde vi su nombre en una lista que Montoneros le entregó a Juan Domingo Perón, como un potencial candidato a funcionario del gobierno de Héctor J. Cámpora. Esa lista está en mi libro Puerta de Hierro.

Lo saludé con la misma atención que lo hacía con toda persona que venía a verme y al poco rato me expuso su problema. Me dijo: “Te vengo a pedir que controles un número telefónico”. Le pregunté de quién era y por qué debía hacerlo y muy suelto de cuerpo me contó: “Es el de mi mujer de quien me estoy divorciando y quiero saber cuál es su estrategia”. Lo miré unos segundos –que parecieron horas- y le dije: “Yo no te voy a responder, ellos te van a responder”, me levanté, tomé un compact disc y puse un tema mientras le decía que después de un coro inicial el cantante le iba a dar una respuesta o un consejo. Por un minuto quedó en silencio hasta que Mick Jagger dijo ”You can’t always get what you want” (No siempre podés hacer lo que se te da la gana). Era un tema emblemático de mi generación y la suya. Irritado, molesto, me dijo que era “poco serio” y sin perder la compostura tuve que responderle que “estos tipos son más serios que vos, no lo voy a hacer porque la SIDE no está para eso.”

Después de dejar la Secretaría, una noche en mesa de periodistas me pidieron que contara un hecho insólito que había vivido en el despacho del 5° piso de 25 de Mayo 11. Sin citar al protagonista relaté el hecho y, más tarde, supe que uno de los presentes lo contó.

En enero de 1995 integraba el equipo de campaña de Carlos Saúl Menem, que aspiraba a un nuevo mandato presidencial. En esos días iniciales del mes recibí un llamado del embajador británico Peter Hall, a quien no conocía. Me pregunté para qué querrá hablar conmigo si yo estoy en “la mesa de saldos” (sin un cargo importante, como decía Jorge Asís). Cuando le respondí el llamado, Hall me dijo: “Secretario, yo sé que a usted le gustan los Rolling Stones. ¿Le gustaría comer con ellos?”. Sin perder la compostura le respondí que si y a qué hora del martes 7 de febrero debía presentarme en su residencia. Convinimos que con puntualidad inglesa a las 21.15 iba a estar.

Así fue, a esa hora un joven diplomático de la embajada me estaba esperando. Luego de saludarme me pidió que lo siguiera mientras entrábamos a un maravilloso jardín en el que había varios invitados. Cuando se detuvo yo estaba parado frente a Keith Richards, uno de mis grandes ídolos musicales. Luego de presentarme comenzó a contarle –para mi sorpresa- la anécdota de 1989. Cuando terminó el relato me miro sonriendo y me pregunto: “¿No lo hiciste?”. Y le respondí que “no”. Ahí me dije: “Estos tipos nos tienen fichados en sus computadoras”. Luego de unos minutos me desplacé a otro lugar del jardín en el que estaba el guitarrista Ron Wood.

Después de saludarlo Ron me presento a su mujer. En señal de que sabía quién era le entoné “hello Josephine, how do you do” al tiempo que le decía: “¿No fue eso lo que te cantó Fats Domino una noche en Nueva Orleans?”. “Acertaste” exclamo y nos pusimos a hablar de música, mientras escuchaban, entre otros, Guillermo Vilas, Angie Anchorena y el diplomático –y amigo- Juan Antonio Ibáñez. Luego de pasear un buen rato por el jardín conversando con los invitados, observando que no había funcionarios del gobierno, me fui a despedir del dueño de casa y Hall me acompañó hasta la puerta. Mientras caminábamos nos cruzamos con el poco locuaz baterista Charlie Watts que lucía un espectacular traje blanco. No quise contarle la cantidad de horas que había pasado escuchándolo. Más horas que a Ringo Starr, porque desde los años 60 yo era un “rolinga” como el embajador Sir Peter Hall.

Durante el corto trayecto le pregunte al embajador británico: “¿Alguien del gobierno te llamó, van a ver al Presidente?” y me respondió que no. Solo le dije que me iba a “ocupar”. Así fue, al día siguiente entre en el despacho presidencial y le dije a Menem: “Carlos, están los Rolling Stones en Buenos Aires y van a dar cinco conciertos. Cinco conciertos con 60 mil chicos son 300 mil chicos, necesito que los recibas.” La respuesta inmediata fue: “Si ¡Que bárbaro!”. Y en pocos minutos le conté lo que representaban los “yoling”.

La historia no termina aquí. En esas horas llama a mi móvil Guillermo Vilas, con quien habíamos conversado largamente sobre sus composiciones en presencia de Pappo en Punta del Este. Sabía para ese entonces que el gran tenista era amigo de Richards y Wood. En pocos minutos me dice que “los muchachos están preocupados porque les dijeron que pueden revisar sus habitaciones”. Me agrega que alguien les contó lo que había sucedido con Guns N’ Roses, cuando frente una denuncia de un cualquiera allanaron sus habitaciones. Solo le dije: “Entendí la cuestión, dejame que me ocupe”.

El destino quiso que en ese momento me encontrara con el Ministro del Interior, Carlos Corach, a quien le conté el problema de la manera más brutal: “Encontrar un raviol en uno de esos cuartos es como encontrar un libro de derecho constitucional en tu casa o un compact disc en la mía. Estos muchachos vienen bajo el paraguas de la Reina y estamos en medio de una campaña”. Corach me pidió que lo siguiera y entramos a su despacho, mientras pedía que lo comunicaran con el jefe de la Policía Federal. Luego de un corto diálogo entendí que el problema no se iba a salir de su curso. Cuando salí de su despacho lo llame a Vilas y le dije: “Decile a los muchachos que duerman sin frazadas. Nadie va a molestar su intimidad”.

Luego de esa gestión, al poco rato, me volvió a llamar Vilas para decirme que el “general manager” me invitaba al backstage del primer concierto en River Plate y que me iban a llevar desde la Maison. Cuando llegué me pusieron un plástico que me habilitaba a formar parte del “entourage”.

Así llegue al estadio y fui conducido al lugar donde estaba el grupo, sus familiares, sus músicos, acompañantes y unos pocos invitados. Entré a un enorme salón en el que primaba una luz baja, con unos flippers, una enorme mesa de billar y grandes sillones donde los invitados descansaban. Hice una mirada en derredor y me encontré que estaba Pappo, quien hacía esa noche de telonero. También vi a Juanse de Los Ratones a quien había promocionado por radio en Lisboa gracias a Gustavo Gauvry dueño del Cielito Records.

Todo transcurría muy rápido. En un momento me llevaron hacia una puerta, la abrieron y me hicieron entrar. La luz baja de la habitación hacía brillar, sobresalir, a la que daban varias velas y, allí en el fondo, sentado en la punta derecha, estaba Keith Richards punteando una guitarra acústica. Cuando me vio, se levantó y me dio la mano mientras me preguntaba si deseaba tomar algo. Mi respuesta fue inmediata: “Dicen que vos tomás una muy buena cerveza negra”. “Es cierto” dijo, mientras sacaba una botella de uno de los baldes que reposaban sobre una larga mesa. Estaba sorprendido y le dije “whe don’t need a rocking chair” y sabía de lo que hablaba. Me refería a una canción del Rey del Country, George Jones, y él inmediatamente captó el mensaje porque sabía que amaba el country. Me formuló una pregunta tan simple que me sorprendió: “¿Somos tan conocidos aquí?”. Le dije que sí y le agregué con cierto pudor que él “era parte de mi vida” porque los seguía desde 1964, aunque no quise contarle que con el “cadete” Antonio Viana cantábamos sus canciones en el Colegio Militar de la Nación. Mientras los minutos pasaban me mostró las guitarras acústicas que tenía expuestas una al lado de la otra y qué representaba cada una de ellas.

Luego de un rato aparecieron Ron Wood y Guillermo Vilas. Tras los saludos entendí que había que dejarlos descansar y me retiré. Mientas el fabuloso escenario de 70 metros de largo y 28 de alto comenzaba a encenderse y varios de los familiares de los Rolling tiraban de unas sogas haciendo mover a los grandes muñecos de plástico, junto con Peter Hall fuimos llevados a una cabina especial desde donde se contemplaba todo el espectáculo. Desde octubre de 1989, en el Shea Stadium, no veía tanta gente, pero la pasión “rolinga” argentina era inigualable, aunque ya no estaba el bajista Bill Wyman. El recital porteño comenzó con “Not fade away” un tema de Buddy Holly aunque yo esperaba otras canciones.

Al día siguiente, gracias a las puntuales gestiones de Ramón Hernández y Hugo Anzorreguy, los Rolling entraron puntualmente a la residencia de Olivos. Yo me dije “misión cumplida” y la miré desde lejos porque debía ayudar a preparar el viaje presidencial del día siguiente a Mendoza.

Como suele ocurrir, la historia con The Rolling Stones no terminó aquí. En mayo de 1996, Ron Wood volvió a Buenos Aires para promocionar sus pinturas y nuevamente me llamaron sus promotores para pedirme una audiencia presidencial. Cosa que hice.

La entrevista se realizó esta vez en el despacho de la Casa de Gobierno con la ayuda de la eficiente traductora Ana Braun. Luego de los saludos, Ron Wood abrió la conversación:

-Presidente, el año pasado vine a la Argentina y cuando lo visitamos usted nos regaló una caja de habanos cubanos a cada uno de nosotros. Le vengo a decir que mi caja se terminó.

Menem, sabía manejar los tiempos como pocos y estalló en una carcajada. Miró a su edecán y le dijo: “Traiga unos habanos para los muchachos”. Luego continuaron conversando y Wood le explicó sobre su viaje y sus obras y le regaló una. Al poco rato apareció el edecán con varias cajas. Una sobre otra.

Yo me limité a observar, en especial a uno de los presentes. Era nada menos que Boby Keys. Ahí le señalé: “Carlos este señor es uno de los músicos más famosos y queridos del rock and roll. Acompañó a los más grandes, Delaney and Bonnie, Joe Cocker, Eric Clapton, George Harrison y John Lennon.”

Rápido de reflejos Menem agregó: “Yo ya lo sé”, aunque para mis adentros sabía que no tenía por qué saberlo.

Venciendo su silencio y su timidez, Keys me preguntó por qué sabía eso: “¿Esos trabajos con Delaney & Bonnie llegaron a la Argentina?”. Me limite a decirle: “Boby, los tengo en mi discoteca”.