La "mujer de los ojos violetas" se casó ocho veces, hizo más de 50 filmes -entre ellos Quién le teme a Virginia Wolf (que le deparó uno de sus dos Oscar) y Cleopatra, ambas junto a su eterno y convulsivo amor, Richard Burton-; siempre estuvo ligada a causas humanitarias (fue famosa su lucha contra el sida, enfermedad que se llevó a varios de sus amigos, como Rock Hudson), atesoró una gran colección de suntuosas joyas (como un diamante de 33 kilates) y atravesó varios problemas de salud. Quizás esta breve reseña, infaltable en cualquiera de las necrológicas que pululan desde ayer, sea la que mejor sintetiza el recuerdo popular de Liz Taylor, estrella de la Hollywood dorada que estaba internada por problemas cardíacos desde febrero, y que el miércoles dejó de existir a los 79 años.

Temperamental, carismática y rebelde, Elizabeth Rosemond nació en Hampstead -cerca de Londres- el 27 de febrero de 1932, fruto del matrimonio de dos estadounidenses que regresaron a su país cuando estalló la 2da. Guerra Mundial. Su madre era actriz teatral y fue quien la llevó a varios "castings" para comerciales. Bonita y con dotes, su debut en el cine llegó cuando apenas tenía 10 años. Y no paró. Todo un ícono de belleza y temperamento, se convirtió en una de las intérpretes más requeridas.

Los "70 trajeron su declive, forzado por serios problemas de salud. La Dama del Imperio Británico (honor que recibió en el 2000), íntima amiga de Michael Jackson y madre de 4 hijos pasó una treintena de veces por el quirófano, la última en 2009, por una fuga en una válvula cardíaca. Dolencias en la espalda, cuello, piernas, pulmones, diversas fracturas, dos sustituciones de cadera, un tumor cerebral benigno, osteoporosis y cáncer de piel fueron otros de sus padecimientos. Liz, que también fue adicta al alcohol y a las pastillas, y que en sus últimos años redujo sus apariciones en público -siempre en silla de ruedas, por la fragilidad de sus huesos- reconoció que varias veces se vio al borde de la muerte.

A pesar de su edad y su deterioro físico, su capacidad de recuperación y su férreo temperamento eran motivos suficientes para que su entorno pensara que también saldría de esta. Pero no hubo otra chance para la Faraona de Hollywood.