"Charly Sinfónico", el show de Superhéroes y del ensamble Cosmigonón en el Juan Victoria, revisitando parte de la carrera de Charly, es algo que el propio García tal vez miraría de reojo. Aprobador y con su clásica sonrisa de cachavacha, pero con un poquitín de soslayo. Es que el paseo que hicieron los veinte músicos sobre escena por la discografía garciesca terminó siendo, salvo pasajes excepcionales, más efectivo que emotivo.

En principio, fue fácil advertir la complejidad polifónica del gran compositor a través de los arreglos orquestales, que impregnaron la sala del auditorio con fraseos sublimes de melodía y armonía, dejando en evidencia que por cada nota que escribió, Charly tenía una sinfonía en su cabeza.

Los momentos más prístinos de la sutileza en el diálogo orquesta-banda aparecieron en Yendo de la cama al living y No soy un extraño. Los músicos hicieron su alquimia con el aire piazzolesco de la época de La Máquina de Hacer Pájaros. Algo similar sucedió con la armonía a tres voces en Los dinosaurios, tecnicismo con el que los vocalistas compensaron un pequeño pifie del piano al inicio del tema.

Pero la tónica del show de los mendocinos fue otra. No puso por delante la sutileza de la arquitectura musical de García, amén del brillo interpretativo que mostraron los instrumentistas. Lo que ganó en la noche sanjuanina fue la fiesta, el espíritu del Charly desatado (desacatado) y jodón, el revolucionario que, como los Beatles, le devolvió la juventud a la música argentina.

La troupe de Rulo Fernández hizo pie dispuesta a llevarse todo por delante. Y lo logró con creces. El propio cantante llevó su arenga escalinatas arriba y se paseó entre las butacas. Viejo zorro de pubs y públicos difíciles, puso al auditorio a palmear y bailar con las poderosas versiones de, por ejemplo, Nos siguen pegando abajo, No me dejan salir, Popotitos y Demoliendo hoteles.

La voz de la cantante María Elisa Armendáriz, que en los temas más profundos no había terminado de cuajar por su tempo demasiado asincopado, se acomodó con suma facilidad en las canciones más bailables. Ya en el fragor de los bises, con No voy en tren, Mr. Jones y Cerca de la revolución, el desmadre era tal que Rulo y el propio Víctor Armendáriz, director de la orquesta Cosmigonón, terminaron improvisando un minipogo hombro contra hombro y a los saltitos. La diversión estaba garantizada. Sólo faltaba el trencito, cereza de la torta de cualquier fiesta de 15.

Fernández fue un excelente frontman. Pidió rezar por Charly y por Argentina, habló de sus parientes chimberos y envió cariños a la calle Cenobia Bustos, de Villa Krause, las raíces de su madre y sus tías. Como vocalista, fue preciso y efectivo. Pero, como todo el show sinfónico que condujo, abrió una puerta a la necesidad: se extrañó mucho la voz de García, la presencia fantasmal del Maestro en el escenario de mejor acústica de Sudamérica. Será que para evocarlo hace falta más que una buena fiesta.