Las paradojas no paran en el fútbol. Es que Carlos Alberto Molina, El Bruja o El Puma, como lo bautizaron las hinchadas que deliraron con su talento quería despedirse del fútbol en una cancha para después, si, despedirse de la vida. Se le dio. Se fue en la suya. Como siempre. Es que a los 54 años, El Bruja pareció tener aguante hasta el pasado 2 de enero cuando en Sportivo Desamparados, los amigos que le regaló el fútbol, quisieron estar con él. Ese día, se sintió más vivo que nunca. Disfrutó su homenaje, compartió la cena posterior con sus ex-compañeros pero después, bajó los brazos. La cruel enfermedad que lo tuvo a maltraer durante todo el 2009, le terminó de ganar el viernes 15. Molina murió en su casa. En esa casita de Villa Del Carril que nunca dejó. Casado, padre de 4 hijos (3 varones y 1 mujer), abuelo de 5 nietos, El Puma marcó con su estilo una forma de sentir y de jugar al fútbol. Un bohemio que paseó su calidad en cualquier cancha, sin importarle rival o competencia.

Comenzó en Los Andes. Brilló en la Reserva y el salto a Primera fue inmediato. Tanto, como su salida de San Juan porque Independiente Rivadavia, en 1975 se lo llevó. Jugó Nacionales, brilló con la camiseta del Leproso y tuvo la chance de ir a Boca. Lo probó Juan Carlos Lorenzo y lo querían pero 7 millones de pesos de ese momento, frustraron su llegada a Boca, a Primera División. Jugó en Chile, en el Palestino, también en varios clubes de Mendoza (San Martín, Gimnasia, Maipú) y hasta fue elegido por Menotti para un seleccionado con jugadores del interior. Para Molina fue un momento único: "’Me tenía fe”, recordó en una de sus últimas entrevistas. Tanta fe que encaró a Olguín, a Van Tuyne o a Tarantini y los dejó pagando en cada ataque en un entrenamiento en la cancha de Huracán. Vivió a su estilo. Eligiendo donde jugar. Se fue sabiendo que el fútbol de San Juan le reconoció a tiempo su enorme categoría, por más que jugó poco en la provincia. Hincha de Sportivo, amante del fútbol simple. Un grande de verdad.