A despecho de la debilidad del oponente que River tuvo el miércoles y aun cuando nada de eso hubiera sucedido, ni la goleada ni los seis goles, a esta altura sería una necedad negar que Julián Álvarez es la aparición más luminosa que el fútbol argentino puede ofrecer en materia de delanteros.

La más luminosa y por amplia diferencia por delante del nombre que gusten poner sobre la mesa futboleros variopintos, de variado entendimiento y del color de la camiseta cuya devoción cultiven.

Álvarez, el muchacho de Calchín clase 2000, el mismo que Boca dejó ir bajo el ridículo argumento de que tenía cubiertos todos los cupos de la concentración para juveniles promisorios, se corresponde 100 x 100 con una de las observaciones más certeras que se le ha escuchado a Jorge Valdano.

"Los únicos jugadores que confunden son los mediocres: los que no confunden son los muy buenos y los muy malos", hizo notar el delantero centro de la Argentina campeón mundial en México 86.

Ni muy malo, ni malo a secas, ni mediocre, ni aceptable, ni apenas bueno, Julián Álvarez es muy bueno.

Y ahora sí la ocasión autoriza a reponer los matices de las conquistas propinadas a Alianza Lima: de arremetida, por abajo, por arriba, por pescador, de emboquillada, de derecha, de zurda. Faltó un gol de cabeza, que sin ser una de sus principales virtudes tampoco le sabe plenamente ajena, aunque en rigor de verdad no es que necesite imponerse en la lucha libre con los defensores, desde el momento que lo suyo es la técnica en velocidad, la capacidad de desmarque, el atrevimiento, la picardía y la pasmosa facilidad para perfilarse y ejecutar con diestra y con siniestra.

Por si algún exigente entre exigentes preguntara e inquiriera, conste: tampoco se cuece al primer hervor si desde la vereda de enfrente vienen con mirada torva y suela firme.

Con algo de 10, de 9 y medio, con casi todo lo del 9 clásico, el futbolista que pronto vestirá la camiseta de Manchester City es un crack hecho y derecho. Crack criollo, desde luego, químicamente puro, de esos que pueden nacer en Calchín, en La Banda, en Ledesma, en Henderson, en Reconquista, sigan firmas. Álvarez, Julián Álvarez, es el jugador argentino más veloz.

Pero no se trata de la velocidad que hizo famoso a Usain Bolt sino la que, por caso, hace famoso al noruego Magnus Carlsen, el mejor ajedrecista del planeta. La suprema velocidad de Álvarez es la de su cabeza. La de su asombrosa pericia a la hora de anticipar y ejecutar. Pensémoslo de esta manera: el 90% de los delanteros argentinos advierte qué es lo mejor que pudo haber hecho en tal o cual jugada, cuando ya es demasiado tarde para lágrimas. Álvarez, protagonista de una noche mágica con seis goles en la aplastante victoria sobre Alianza Lima de Perú (8-1) por la Libertadores, quedó a cinco tantos de superar al colombiano Santos Borré como máximo anotador histórico de la era técnica de Gallardo, un objetivo que buscará concretar en los partidos que le restan antes de sumarse a su nuevo club, el campeón inglés Manchester City. Cuando a la noche, en el living de su casa, control remoto en mano, ve y explora el partido que ha jugado. Para eso, en cambio, el pibe Julián ya obró en tiempo y forma, brilló y duerme plácidamente. River, Argentina y el mundo lo disfrutan. (Por Walter Vargas, especial para DIARIO DE CUYO).