Fueron 363 días en la B Nacional. Una categoría altamente competitiva. Se rozó con River, Central, Quilmes, Gimnasia La Plata, Instituto. Equipos con una enorme historia, en la misma que entró este Desamparados para ayer cerrarla con mucho orgullo. Ganando y demostrando que la categoría no le quedó grande, pero sí que se acordó muy tarde de jugar y eso le terminó costando la vida. Se fue aplaudido por sus hinchas tras superar a Central (3-2) y ese fue el premio mayor. El del reconocimiento. Porque llegó hasta la última fecha con posibilidades de zafar del descenso directo cuando muchos lo daban por muerte hace tiempo. Pero aguantó. Luchó. Y fue por el milagro del que estuvo muy cerca. Tan sólo 3 puntos le faltaron. Tan sólo un triunfo más. Y por eso las lágrimas. Y por eso el dolor intenso de saber que se pudo, pero nunca logró una regularidad para conseguirlo en las 38 fechas.
Ayer ganó, le regaló a su gente un triunfo en su despedida ante un grande de la Argentina como Rosario Central (no le alcanzó porque Chacarita ganó y eso lo condenó). Para dejar una imagen digna de un equipo debutante en la categoría, al que le costó demasiado la permanencia, pero que en ningún momento fue menos que nadie y superior a varios. Cómo olvidar el 3-0 ante su clásico rival Independiente Rivadavia de Mendoza. O el 1-0 ante el ascendido Quilmes de visitante dando cátedra. Por eso las lágrimas de Fernando Fontana tras la finalización del partido de ayer. Por eso el gesto de perdón de Augusto Alvarez a los plateístas. Por eso el llanto incontrolable de Hernán Lamberti. Y por eso las palabras desde el alma que sacó el entrenador Héctor Arzubiade, quien en el centro de la cancha y mientras se secaba las lágrimas, les dijo a sus jugadores: +nos vamos con la cabeza en alto. Gracias por lo que hicieron+.
Es que Sportivo hizo más de lo que su campaña reflejó. En la que ganó 9 partidos, empató 10 y perdió 19 (es decir una rueda completa). Porque pasó por tres entrenadores: Marcelo Bonetto, Ricardo Dillon y Héctor Arzubialde. También por momentos complicados con sueldos atrasados, aprietes de los hinchas, amenazas, internas para un plantel al que le costó ser un sólo grupo, jugadores desvinculados y otros que se fueron sin decir adiós porque abandonaron el barco pensando que se hundía varias fechas antes.
Pero se repuso de todo. Con amor propio y orgullo. El que caracterizó siempre a este Desamparados. El que tuvo una dirigencia nueva para su estreno en la B Nacional que mostró más carácter de +empresaria+ que de +futbolística+. Se quedó sin su cancha porque prometieron refaccionarla y no la terminaron. El Serpentario, el que tuvo históricas tardes de gloria, nunca fue testigo del enorme logró del Víbora, el de jugar en la segunda categoría del país. Y por eso afrontó todo el torneo en el estadio Del Bicentenario. Para simplificarlo, fue siempre visitante. Y allí pasa de un los principales puntos del desenlace final. Del resto, de los jugadores, hubo de los buenos y de los malos. Los que dejaron su huella y quieren revancha ahora en el Argentino A, y los que pasaron sin pena ni gloria.
Hubo errores. Muchos. Sino Sportivo seguiría siendo hoy de B Nacional. Pero de los errores se aprende. Le costó desde el inicio de la temporada en la que sabía que su torneo era la permanencia. En la que la falta de experiencia le pasó siempre factura. En varias jornadas pareció que salía a flote, pero inmediatamente se sumergía en sus limitaciones. Llegó a estar 10 fechas sin ganar y una rueda sin festejar de local. Pero nunca se resignó y el premio mayor lo encontró ayer, justo en su día más triste, en el que sacó a relucir su juego y ganó. Para decir adiós con mayúsculas. Para irse de pie y prometer volver. Porque este Desamparados volvió a darle a su nombre el protagonismo que tuvo décadas atrás. Y porque morir así, es morir de amor por la camiseta.

