Sergio Figueroa

Ejecuta sus bemoles al ritmo de los bocinazos de los colectivos, entre las promesas de campaña difundidas por altavoces, entre las miradas distantes y los saludos de algún conocido. Sergio Figueroa tiene 50 años y desde los 15 practica el mismo oficio: el lustrado de zapatos y botas. Tiene la sonrisa pícara y con varios dientes ausentes, comenta de todo, y rápidamente alude que lo que hace “es fácil y común”.

En menos de dos metros de largo y medio de ancho, logra “ganarse la vida” desde hace 30 años. Tuvo sus idas y vueltas, durante un par años trabajó de albañil en varias obras, pero con malas experiencias, como una golpiza en un robo que lo hospitalizó un par de días con cortes en el cuero cabelludo por los culatazos. Pero siempre volvió al lustrado. “Le dije a mi señora que una vez que volviera a mi esquina –ubicada en Mitre y General Acha- no iba a volver a otro trabajo” comenta.

Viejos conocidos y leales clientes, en pleno debate

"Tito", como lo conocen en la calle, se casó a los 26 años y tiene tres hijos: dos varones de 14 y 23 años, y una mujer de 22. Dice que todos fueron a la escuela y que al mayor no le enseñó el oficio porque es fácil pero la calle es difícil y quería que él “fuera algo el día de mañana”. Algo de lo que está orgulloso es que su hijo trabaje en una carnicería, que tenga salario fijo y no tenga que rebuscársela en la calle.

Tres cepillos de distintos tamaños, un pedazo de tela, pomada y un poco de agua es todo lo que necesita para realizar el lustrado. Por momentos, en medio del fuerte olor característico de la anilina, desmerece su labor y dice que “es fácil”; en otros, comenta con orgullo que su padre Francisco lo crió a él y a sus 6 hermanos con el dinero que ganaba con el oficio, y que también les dio educación, aunque en esas épocas “no había mucha para ellos”.  

Sergio tiene la cara renegrida y un frondoso pelo entrecano, las manos negras por usarlas para poner la pomada y, al contrario de lo que podría ser, no guarda los secretos del trabajo, no es tacaño con sus conocimientos: por 30 pesos, un joven pituco se llevó los zapatos resplandecientes y varios tips para mantenerlos así por mucho tiempo.

La conversación es su segunda habilidad. Habla de todos los temas, pero principalmente de política y deportes. Los fieles clientes se congregan durante el turno de Sergio, de 13 a 20.30, y traen conversaciones. De cuando en cuando, son testigos de algún accidente o robo, como hace unas semanas, cuando arrebataron una bicicleta y los peatones detuvieron al ladrón en la Plaza 25 de Mayo, cuenta Sergio.  “Los tipos son cada vez más vivos, no se llevan mi bicicleta que es viejita, se llevan las nuevas” exclama indignado.

El movimiento icónico de los lustrabotas

El lustrabotas llega todos los días -incluso los domingos- de Rawson al centro sanjuanino, en bicicleta. “No puedo venir en colectivo, el pasaje sale 22 pesos, es impagable y encima dicen que lo quieren aumentar” acota  Figueroa. Y, con un dejo de pesimismo, agrega: “estamos mal pero antes también, siempre es lo mismo, he pasado muchas crisis acá”.  No obstante, dice que no deja que esos pensamientos lo embarguen demasiado tiempo.

Los clientes son varios, todos arriba de los 50 años salvo el joven bien arreglado. Saben que él es uno de los pocos lustrabotas que quedan, que es uno de los bastiones que sostiene un oficio casi extinto, y cuando pasan por la esquina, se quedan a que “aunque sea les saque un poco la tierra a los zapatos”.

La máxima aspiración de Sergio Figueroa es poder alquilar la casa que queda delante de las habitaciones en las que vive con su familia, en la Villa Juan Alonso. Está trabajando para eso, y sus hijos aportan el dinero que pueden. Al menos, comenta, “la comida nunca faltó ni faltará”.

"Tito" es uno de los personajes de San Juan. Un hombre que trabaja todos los días, casi los 365 del año, en la misma esquina de la Ciudad. Es uno de los ocultos, de las personas que todos vemos pero nadie mira con detalle. No es un héroe ni un emprendedor, es como él dice "un pobre limpio" que nunca robó y lleva su oficio con alegría y la frente alta. 

La técnica de lustrado de Sergio:

  • Con un cepillo pequeño, esparce un poco de agua en el zapato.
  • Con fuerza, seca con un trapo el zapato. Es el más icónico movimiento de un lustrabotas.
  • Con las manos coloca y extiende la pomada (depende el color del zapato, cuál se va a usar). Cepilla con rapidez, agrega un poco más de pomada.
  • Espera unos minutos (mientras renueva los pasos en el otro zapato) y cuando regresa al inicial, repite todos los movimientos pero sin agregar agua.
  • Finaliza al refregar con el trapo, (otra vez el  movimiento típico del lustrabotas).