Reconozco que cuando concreté la oportunidad de visitar a Gualcamayo subterránea estaba más que entusiasmada. Hasta el momento conocía minas a cielo abierto y la oportunidad de ingresar bajo tierra era para mí toda una novedad. El entusiasmo se mantuvo hasta la previa, en la charla con diferentes trabajadores que amablemente me adelantaban lo que podía encontrar. No tuvo comparación y lejos, recordaré esta experiencia como una de las más valoradas en mi profesión.
Alejandro Meni, supervisor de seguridad subterránea de Yamana, nos acompañó a Daniel Arias (fotógrafo de DIARIO DE CUYO) y a mí en esta aventura. En camino hacia la mina subterránea se me ocurrió preguntar si había mujeres trabajando en el lugar. Alejandro dijo que había un par de la empresa contratista, pero justo no coincidimos en este viaje. “Podemos decir que hoy serás la única mujer en la mina, dijo. ¡A ver si la Pachamama se enoja!”, deslizó Alejandro en broma. ¡Santa Pachamama!, pensé, ¿y si todo lo que no debe ocurrir pasa hoy cuando yo baje a la mina?, al fin y al cabo el chiste de Alejandro sólo me permitía confirmar cómo los mitos de antaño conviven con una minería altamente tecnificada.
Según el mito más difundido de la minería subterránea, las mujeres son sinónimo de mala suerte y no deben ingresar a las minas porque la Pachamama o Madre Tierra, se pone celosa motivando derrumbres. Por suerte no fue así, pero no pude disminuir la ansiedad que se transformó en temor cuando comenzaron a explicarme cómo debía usar el auto rescatador en caso de emergencias. Ese momento me permitió tomar conciencia de lo indefensos que somos ante la naturaleza y además porque no había marcha atrás.
Respiré profundo, pensé en mi hijo Ignacio y transformada en una especie de Robotech femenino entre casco, gafas, semimáscara, lamparita, chaleco refractario, autorescatador, botas de seguridad y grabador con anotador en mano; bajé a las profundidades a buscar mis notas.
Nuestro ingreso fue por Rampa Oeste en una camioneta doble tracción cerca del mediodía. La luz que percibía a mis espaldas desde la boca de mina desapareció de golpe. De aquí en más todo fue oscuridad y solo indicaciones refractarias que indicaban la cantidad de metros hacia adentro, eran mi referencia.
Desde ese momento comencé a concentrarme en mi entorno inmediato y de a poco me habitué a la falta de luz y a respirar a través de la semimáscara, la que solo pude sacarme por ratos cuando entrevisté a los trabajadores. Nos llamó la atención el sentido de orientación de Alejandro en ese laberinto y la pericia con la que manejaba la camioneta, de momentos marcha atrás (porque ante una emergencia en más fácil salir), y de momentos parando y reanudando la marcha, para dar paso a alguna máquina o vehículo, previo aviso de su cercanía mediante la radio. “Aprendí a manejar de nuevo aquí abajo. Muchas son las cosas a las que hay que habituarse y no todos se acostumbran, por eso pienso que este trabajo también tiene mucho de vocación”, nos dijo.
El relax para mí llegó cuando dimos con el primer entrevistado, Luis Vega de Jáchal. Luego de unas señales que Alejandro hizo con la lámpara de su casco, una cruz como aviso de presencia y un círculo como aviso de paso, porque por el ruido de la máquina no escuchan; Luis dejó su perforadora Jumbo y se acercó a nosotros. A partir de aquí comencé a sentirme parte de la mina, aún cuando no me acostumbraba a respirar con la semimáscara. Luego conocí a Sebastián Quiroga de Huaco y al albardonero “Charly” Díaz.
Estas personas tenían historias que merecían ser contadas y el hecho que hayan destinado unos minutos de su tiempo para hablar frente al grabador o posar frente a la cámara, valían mi compostura. No sé qué pasó, pero esa sensación indescriptible que sentía al principio, se fue.
Llegamos hasta la cinta transportadora. Sentí los ruidos, el aire viciado y olor insoportable del mineral que para mí se asemejaba a la lavandina. Volvimos al exterior y yo con mis notas en mano. Yo solo estuve unas horas y viví en carne propia lo que significa ser un trabajador subterráneo. Dicen que ganan buenos sueldos pero hay que estar, y más aún con el peso de una necesidad. No sé si estas líneas les harán justicia, pero a todos ellos, ¡Gracias!. Con este viaje pude constatar que detrás de las cifras económicas, las máquinas de última generación y todo lo que se pueda decir de esta actividad, la minería solo se hace posible gracias a las personas.