Esta semana en una mesa de café en Desamparados un joven empresario de la pasa de uva disparó la presente editorial.

La conversación giró en torno a la competitividad de la producción agroalimentaria sanjuanina y la necesidad de fomentar el aumento de la productividad como medio de respuesta a la creciente demanda en el mercado nacional e internacional.

El aumento de la productividad se debe principalmente a la inversión en bienes de capital, que promueven y facilitan el salto tecnológico. Pero la radicación de inversiones y los aumentos de productividad no sólo están basados en las ventajas comparativas, derivadas de los recursos naturales y del clima.

Hoy se sabe que las regiones y países con condiciones naturales beneficiosas para la explotación de agroalimentos, tendrán un lugar destacado y diferenciado en la estructura global de la producción. La capacitación tecnológica y la integración del sistema educativo con las características de la producción son esenciales para mejorar en forma permanente la calidad del producto y la capacidad de innovar en forma continuada, que es una condición esencial para mantener competitividad en los rubros de mayor valor agregado. Además, la calificación de los recursos humanos asegura el desenvolvimiento futuro de la tecnología.

Deben promoverse la seguridad política y jurídica óptima, las condiciones económicas, sociales y culturales para la generación de tecnologías, es decir, conocimientos técnicos. En consecuencia son claves de este proceso los valores humanos como la honestidad, la creatividad, el heroísmo y el amor por los demás. Entonces les dejo esta pregunta para pensar: ¿qué parte no entendió la dirigencia política, agroindustrial, gremial y religiosa argentina; usted y yo, de ser competitivos a nivel mundial?