Señor director:


El pasado 1 de mayo, alrededor de las 21,40, sentí algo así como un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Verlo caminar agotado y algo abatido, especie de alienígena, que tantas veces convirtió en certeza de concreción aquello que en el deporte es incertidumbre y azar. Este escalofrío no era más que darle una dosis de realidad a que algún día, ya no pisaría el césped vistiendo el dorsal 10 del conjunto azulgrana, es decir "colgará las botas''. Si, debo aceptarlo, algún Messi no estará, el duelo será de proporciones inimaginables. El eterno segundo para una sociedad triunfalista en la que nací. El hombre aquel que dejó hace mucho de ser un nombre propio, para pasar a ser un adverbio de causa, ya que es tan frecuente ver y oír que "no ganamos porque estaba Messi enfrente''. El último en decirlo fue un tal Jürgen Klopp. Y es así, una hora después volvió a hacerlo, ganamos porque estaba Messi en nuestro equipo. Por ello, como argentino que habita del otro lado del charco y hasta que el día del adiós no llegue, la ilusión por un campeonato, cada vez que el genio vista la celeste y blanca, continuará intacta e indemne. Sé que cuando ya no esté habrá una especie de luto, donde el fútbol no parecerá lo mismo. Llegará una especie de hartazgo al escuchar y leer a expertos decir y predecir que aquel por esto o aquello será el nuevo Messi, pero Messi sólo habrá uno y además irrepetible.