En cada pueblo, casi siempre vivieron personajes pintorescos, entrañables, poseedores de un aura de inocencia y a la vez sabiduría innata, que los hizo imperecederos en la senda vivencial por la que transitó su existencia. Allá en la Chimbas de la década de 1960, hubo uno de ellos, singular, simpático y querendón. Se lo conocía como "don Saulo''. Creo que vivía por calle Salta, y se ganaba la vida vendiendo verduras y frutas. Los frutos de la tierra los llevaba en un canasto grande de mimbre, bien asido a su brazo; una bolsa de arpillera, húmeda, prolijamente dispuesta, manifestaban sus productos. Era este hombre, de rasgos criollos, porte mediano, ojos vivaces, cabeza entrecana, pañuelo al cuello, y alpargatas de yute. Siempre llevaba consigo un cuchillo, semejante a un facón gaucho, con la parte metálica cubierta por un cuero. Este lo colocaba ceñido a su grueso cinto, en la espalda. Su tarea comenzaba al despuntar el alba. Caminaba de Sur a Norte, largas cuadras, deteniéndose en sus clientas - amas de casa - que esperaban la verdura para el puchero, y las frutas de estación para el postre. Un verano sobrevino una feroz tormenta, lluvia torrencial y algo de granizo. Ocurrió en horas de la oración. Al día siguiente, ya había menguado el temporal. Al principio nadie lo notó, pero pasado casi dos días, don Saulo no daba señales de vida. Comenzaron a tejerse conjeturas acerca de su desaparición. Poco antes de dar aviso a la policía, don Saulo apareció. Algo harapiento, y aún con la ropa húmeda, lo llamativo era que en su rostro había un tajo. Llegado a su casa, la misteriosa historia que contó, se difundió como reguero de pólvora. Este, hombre, narró que la noche de la tormenta, el andaba en busca de su compadre, pero al no encontrarlo, y en vista de la fuerte tempestad, buscó refugio en un baldío o campo, donde se levantaban una viejas murallas de adobes. En plena borrasca, se le acercó una luz que lentamente se metamorfoseo y tomó forma de hombre, aunque no se le observaban rasgos, era todo negro. Don Saulo lo conoció, y aún así, mantuvo su valentía: ¡era el mismo Diablo! Instintivamente supo que pretendía: semejante al gaucho Santos Vega el "malo o supay'' lo retaba a un duelo criollo. Sin mediar más tiempo, sacó su facón y comenzaron los chispazos de los cuchillos. Esto no duró mucho, hasta que en un momento sintió en su rostro la herida que le había provocado aquel ente maligno. Luego le sobrevino una especie de sopor, observó como aquella figura se trasmutó en remolino y desapareció. Ahí, don Saulo quedo tendido, semidormido, hasta que el sol lo reanimó. Esta "historia'' quedó grabada en la memoria de los vecinos. Nadie sabe con certeza que le ocurrió. Pero, secretamente uno que otro vecino, al verlo, murmuraba "Ahí va don Saulo, el hombre que riñó con el Diablo...''.

Semejante al gaucho Santos Vega el "malo o supay'' lo retaba a un duelo criollo. 


Por Edmundo Jorge Delgado

Profesor - Magister en Historia