Señor director:


Es loable el compromiso de tantas personas que en estos meses dan testimonio del amor humano y cristiano dedicándose a los enfermos, aun arriesgando la propia salud. Sin embargo, la pandemia también ha puesto en evidencia patologías sociales que distorsionan la visión de la persona, ignorando su dignidad y su carácter relacional, y que fomentan la cultura del descarte, transformando al ser humano en un bien de consumo. A la luz de la fe, sabemos que Dios mira al hombre y a la mujer de otro modo. Nos mira no como objetos, sino como personas amadas y capaces de amar, creadas a su imagen y semejanza. Al invitarnos a vivir en comunión con Él y con los demás, en el respeto de todo lo creado, nos ha dado una dignidad única. Una dignidad inalienable que tiene serias implicaciones sociales, económicas y políticas. En la cultura moderna, la referencia más cercana al principio de la dignidad inalienable de la persona es la Declaración Universal de los Derechos Humanos. A los creyentes, mirar al prójimo y a la creación como un don recibido del amor del Padre, nos lleva a no ser indiferentes, a estar atentos a quienes nos rodean; a sentir compasión y empatía, no desprecio y enemistad. Y al contemplar el mundo a la luz de la fe podemos desarrollar, con ayuda de la gracia, nuestros dones y capacidades para resolver los dramas de la historia, poniéndonos al servicio de la humanidad y de toda la creación. Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que nos conceda ojos atentos para ver en las personas, de cualquier raza, lengua o condición, miembros de la única familia humana. Y que esta mirada se traduzca en acciones concretas de ayuda a los que más sufren, y de cuidado y respeto a nuestra casa común. Que el Señor los bendiga.

Equipo Vicerrectorado de formación
Instituto de Bioética
Universidad Católica de Cuyo