Señor director:


Hace 50 años que me recibí de Maestra Normal. En ese entonces me preguntaba que significarían el clamor de Gabriela Mistral cuando escribió: ¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de Maestra, que Tú llevaste en la Tierra''. La paradoja estaba entre dos términos latinos aparentemente opuestos; educare - educere; pero siempre complementarios, donde el primero implicaba transferir al alumno mi poca o mucha sabiduría. El segundo lo descubrí durante mi carrera. Ahora jubilada veo lo que asumía en ese momento. No era ponerse un blanco guardapolvo, enfrentar, sí, enfrentar a los alumnos y transmitir los pocos o muchos conocimientos que traía. Más bien era encontrar en cada uno de ellos la esencia que tenían, sus expectativas y sueños. Y, si querían crecer en sus saberes, destacarse y salir de su pequeño mundo, mostrar esa ebullición interna (aún indefinida), que pugnaba por salir: vocaciones, potencialidades, intereses, posibilidades personales y mucho más. En resumen, sacar de cada uno de ellos la luz del amor y la verdad de lo divino y ser libres.