De izquierda a derecha: Lucho Salcedo Garay, Jacinto Laciar, Juan Salvalagio, Cacho Montivero, Pelado Videla, Orlando Navarro, Guido González, Jorge Quiroga, Chiquito Rodríguez, Pirincho Gómez, Golo Tapia y Rodolfo Crubellier.

Te busco y no te encuentro, casa mía. Sé que ya no estás, pero te busco. Como busco el almácigo fértil de los amigos de mi infancia. Como que me llego hasta la esquina y veo cómo duerme sus horas, apacible "boby", el perro de los Quiroga. Los busco. Los quiero. Quiero el recuerdo del Duilio lustrando y lustrando, para darle brillo, un poco de brillo, a su vida de betún y sueños largos. Y la sonrisa fácil del bueno del Aroca, que atrincherado en el hexágono mágico de su kiosco, nos vende en forma de diarios y revistas la rutilante vida de los que hacen el lejano Buenos Aires. Tanguero y futbolero. Ese que aquí miramos, prometedor, por donde se enrollan las esperanzas de varios, que anhelan irse para allá, para intentar algo más que conchabarse en "El Globo" o en "Cinzano".


Aspiro el mismo aire del "Valencho", recorro sus mismas veredas, y aunque son suyas sus miserias, lo son un poco de todos también. Porque es un nido mi "Esquina Colorada". A todos nos arrulló en el paisaje breve de la Cereceto y San Miguel, y nos envolvió con el aliento cálido de aquella muchachada, alegre y mistonguera, que fundó el "Escovic". En el fondín pizzero del "Pindapoy". Querido "Pinda", que son cortas las noches para tantos recuerdos, que va dibujando el Guido mientras abre generoso el archivo de sus memorias. Que aligera el tinto amigo, que palpita en su copa fiel. Y el "Yayo", japonés entrañable, mano abierta para los amigos y para los que no son también. Que en el "jonca" ya dormido, te hiciste un rato para oír la melodía dulce de aquella cueca que cantaron tus amigos. Abrumados de lágrimas. Y el "Pico", que se nos fue no hace mucho, dejando la quietud de un recuerdo manso, que como una flor postrera puso el Guido en tu mortaja. Dijo de vos, algo que pocas veces escuché en boca de un amigo: que "fue un tipo caritativo", dijo. Eso te pintó de arriba abajo, enorme "Pico", que podés apolillar tranquilo la siesta de los que ya se fueron. Pero que no se fueron.


Los busco. A ellos y otros. Los busco y ya no están. Pero los presiento, en ese aullido feroz que estalla en la Balcarce, porque el Edgar acaba de hacer un gol. El aire se perfume de recuerdos y viene a mí la sonrisa de mi madre, recostada en el hombro acogedor de mi viejo, con el que se reencontró celestialmente, después de muchos años de jugarla fiero, en soledad, para sacarnos de los atajos fuleros de la vida que se nos vino encima de golpe. Al compás de aquella enfermedad que de joven se llevó a mi viejo. En una cama fría y solitaria del Hospital Fernández.


"Esquina Colorada". Mis amigos. Mis hermanos. En este dibujo del inefable Rodolfo Crubellier están parte de los que vamos quedando de aquellos que te habitaron. Y que habitan en mi corazón. Son como una bendición que se descuelga generosa por sobre los hombros de cada uno de nosotros, y que nos prometemos, una vez y otra vez, volver a provocarla, para que se nos venga encima. Como lluvia sanadora.


Por Orlando Navarro - Periodista
Ilustró: Rodolfo Crubellier