"La palabra guerra sigue resonando en ese tranquilo país como una ofensa a la razón, un azote absurdo...''

No obstante episodios ocurridos durante la guerra de Malvinas, que alguna vez nos separaron por decisiones absurdas de la dictadura de Pinochet, Chile es un país hermano, un lugar donde muchos argentinos van a descansar y disfrutar de su clima y sus playas tan cercanas a Cuyo. Verlo hoy revolviéndose en el caos, por la destrucción feroz de grupos minúsculos y sentir a su pueblo reclamar con dignidad y pacíficamente más igualdad, pero ajeno al terrorismo de unos pocos, nos duele; están demasiado emparentados a muchas de nuestras cosas y recuerdos. Nos une una cordillera que nos brinda el agua común como venas que se bifurcan generosas en la cúspide airosa; caminos de luz y felicidad cercanos al cielo, que nos conducen hacia el encuentro fraterno; una historia de dos colosos militares que expulsaron el invasor y nos libertaron.


La palabra guerra sigue resonando en ese tranquilo país como una ofensa a la razón, un azote absurdo. La extorsión del incendio sorpresivo y el acto terrorista artero descompone un tejido social pacífico que se resiste a autodestruirse para conseguir mejoras sociales.


Coquimbo enarbola la reluciente plata de la reineta triste y abandonada a la miseria del desencuentro. La Serena, playa pacífica y amable, quizá no pueda homenajear al visitante con la soberanía multicolor de sus fuegos de artificio, esas bellas noches de Año Nuevo. El rojo pálido de la jaiba jubilosa y las machas no nos agasajarán en las postrimerías del año, por esos bodegones simples que hoy están siendo arrasados por el odio. El hombre pobre pero digno de Valparaíso, llora en silencio y ha caído de bruces en la melancolía en un viejo banco frente al puerto, a esperar que el hermano triunfe sobre el enemigo, porque la destrucción los hace más pobres.


Nos duele Chile -créanos- por fuera de los rivalidades triviales del fútbol, más allá de los celos y las frivolidades de las cosas que alguna vez coyunturalmente nos separaron. 


Lagrimea la sombra augusta de Pablo, el gran poeta del mundo, volviendo a reclamar (más fuerte que nunca), desde los ventanales de su choza frente al mar, por la igualdad de los hombres y porque la razón derrote al desprecio. Triunfan más que nunca los poemas de Gabriela Mistral, porque en estos momentos es imprescindible el abrazo de la poesía. Se levanta al aire enrarecido la voz señera de Violeta Parra, acorralando a los destructores y salvando a los sanos. Un bolero de amor del gran Lucho Gatica, que hace unos días acaba de morir (¿de tristeza?) nos enseña el camino de la vida. ¡No se callen nunca, limpien las lágrimas de sus canciones y poemas esenciales: Tito Fernández, Antonio Prieto, Rosamel Araya, Víctor Jara y tantos otros héroes del sueño y la fraternidad! Chile nos necesita a todos.