En San Juan estamos inmersos en una discusión lógica, que es el incidente de haber importado el coronavirus (que aún no tiene circulación comunitaria) a bordo del avión sanitario en el cuerpo de un camionero infectado. Luego, rompiendo todos los protocolos de ingreso previstos, el enfermo, hermano de una médica que es quien habría pedido el favor, se internó en el Hospital Rawson y fue visitado con frecuencia a punto que su hermana también quedó infectada constituyéndose el cuarto caso de la provincia y el primer contagio por contacto estrecho. El martes hubo protestas públicas de vecinos que están cansados del encierro y que descubrieron con asombro cómo el mismo Estado que sostiene protegerlos es el que incorporó el mal en su propia nave. Si salimos de esa ola, miramos la realidad con algo más de panorama y nos restringimos a lo que tenemos al día de hoy, veremos que hay 4 infectados de los cuales sólo 2 siguen internados, la última médica y su hermano. 2 camas de terapia ocupadas de las más de 300 que se han preparado con respirador incluido en hospitales públicos, clínicas privadas y espacios de emergencia. Si las estadísticas nacionales las hacemos proporcionales a San Juan, si en el país tenemos 10 mil infectados al cierre de esta semana para una población total de 45 millones, a San Juan corresponderían 166 para una población de 750 mil habitantes. Respecto de las muertes, en el país hay un total que terminará esta semana en más o menos 450, 1 cada 100 mil habitantes, siguiendo la misma proporción, a San Juan le tocarían entre 7 y 8 casos y felizmente no hay ninguno. Hoy, tanto en el país y mucho más en San Juan, es estadísticamente más posible entrar en la lista de los asesinatos que en la de las víctimas del coronavirus. El promedio de homicidios cada 100 mil habitantes anda por los 6 y ya vimos que por el corona, 1. Traducido, morir por asesinato es, hasta este momento, el 600 por ciento más probable que fallecer por esta infección. A eso se debería agregar, para hacer un análisis completamente racional, que el promedio de edad de los atacados fatales por el Covid-19 es de 75 años cuando la esperanza de vida en Argentina es de 78. La mayoría de las víctimas añadían al problema respiratorio enfermedades crónicas de otro origen y depresión inmunológica. Si por la razón que fuere, nos acercáramos al promedio del país, Dios no lo quiera, no deberíamos alarmarnos más allá de la preocupación normal ante cualquier brote de cualquier tipo. Dado el tiempo transcurrido, ya sería lógico que se hubiera confirmado algún otro contagio y no debiera asombrarnos cualquier caso nuevo en la medida que no fuera una avalancha que superara las previsiones ya hechas. Desde estas columnas siempre hemos opinado que el miedo no es buen consejero para tomar decisiones y que las medidas tomadas pudieron ser válidas al principio pero que a esta altura son exageradas. Se ha llegado al absurdo casi torpe de regular hasta el sentido de circulación de la gente en su paseo por las plazas, propio de un burócrata que no tenía mejor cosa que hacer y que disfruta del bajo instinto de ejercicio del poder amenazando con una condena penal a los desobedientes de caminar en el sentido de las agujas del reloj.

La función de la cuarentena nunca fue evitar que el virus llegue, porque en algún momento iba a llegar aunque ni en el teatro se podría suponer que lo haría en el avión sanitario. El sentido de la cuarentena ha sido y sigue siendo ganar tiempo para que el sistema sanitario se pusiera en condiciones de recibir una cantidad grande y simultánea de enfermos, cosa que no ha ocurrido. Es por eso que ya va dejando de tener sentido la permanencia de la prohibición de actividades por otra razón más, la letalidad del mal no es tan alta para algo cuyo remedio no se conoce, 5 de cada 100. Vivir en San Juan tiene la ventaja de que nuestra geografía opera como una isla, en la espalda tenemos la cordillera y hacia los restantes puntos cardinales el desierto, lo más cerca Mendoza a 170 kilómetros. La prueba está en que todos los casos previos al escándalo de la reumatóloga y su hermano, llegaron por avión. Finalmente, se nos ha asegurado por profesionales ajenos a todo interés político, que el sistema sanitario de la provincia está preparado en exceso, con materiales y personal. Como ejemplo, San Juan tiene 10 veces más camas disponibles que La Matanza en Buenos Aires, que tiene 3 millones y medio de habitantes y apenas 40 boxes de terapia. Además, se ha llegado a agotar la última gota de paciencia de un encierro que cuando termine mayo llegará a 77 días. Sobre todo cuando se sabe que la cuarentena se impone al infectado para que no contagie. Imponerla a los sanos es una condena por las dudas. La cuarentena doble de casi 80 días que mantiene encerrada a gente vital y a los niños sin escuela debe ser revisada.