La Corte se ha superado a sí misma, lo que representa un verdadero mérito. Ya quedó atrás aquello de poblar el Poder Judicial de parientes, o eso de ser la cabeza de una de las justicias más atrasadas de todo el país; ahora, en un salto cualitativo destacable, son capaces hasta de amenazar a quienes pretenden hacer Justicia. La respuesta a este diario del presidente de la Corte, Adolfo Caballero, sobre la imputación de un fiscal federal al cortista Juan Carlos Caballero Vidal, es lisa y llanamente, una amenaza.

Es llamativo, porque tamaña reacción da para pensar de todo: ¿pretendía Adolfo que el tribunal federal mirara para otro lado cuando un testigo denunció que Caballero Vidal lo amenazó con un arma, o que todos nos hiciéramos los tontos al quedar en evidencia que su compañero de tribunal no hizo nada en defensa de una víctima de la Dictadura?, o ¿supuso "el gaucho" que el fiscal federal Francisco Maldonado o el juez federal Leopoldo Rago Gallo se iban a amilanar con sus palabras?, porque los hechos son muy simples: un testigo acusó al cortista en medio de un juicio. Y un fiscal, presente al momento de la acusación, le pidió al juez que investigue lo que el testigo dijo. No hay mucho más que agregar. Y no es mucho más complejo que eso. La bronca de Adolfo y Juan Carlos es que alguien se haya animado a pedirles cuentas sobre lo que todo San Juan ya sabe y calla. Lo que ha ocurrido es de una gravedad extrema, que ojalá termine en que alguien se anime a hacer justicia.

Corría el año 2014 y presidía la Corte Juan Carlos Caballero Vidal. Ardían las críticas por la falta de personal y los cortistas habían anunciado que iban a incorporar empleados. Ya venían del pésimo antecedente del concurso del año 2005, que terminó en escándalo tras la denuncia de una de las aspirantes, quien salió a decir que habían filtrado respuestas para favorecer a amigos de los jueces, lo que derivó en un nuevo concurso. Con ese pasado pisándoles los talones, gambetearon la legislación y cubrieron con ordenanzas 43 vacantes administrativas, cuando la ley dice que para ese escalafón el ingreso debe hacerse por concurso. Ante reiterados requerimientos periodísticos, la Corte insistía en responder lo mismo: "Los jueces sólo hablan por su sentencia".

A pesar de esa barrera, este diario logró arrancarle una frase al presidente de la Corte de ese año: "No me afligen las críticas", dijo despojado de rubor. Y esta semana aseguró más o menos lo mismo ante la pregunta de si "le preocupa la imputación" del fiscal Maldonado. "En lo más mínimo", respondió. Es el mismo sentido. El famoso "no me interesa lo que piense". ¿Un ministro de la Corte debe estar preocupado por lo que piense el resto? Él, junto a sus compañeros, forma un grupo colegiado que preside uno de los pilares del Estado, que marca políticas, que impulsa legislación. Debe ir al pulso de la sociedad, debe conocer los cambios en la sociedad, porque va cambiando, va modificando sus costumbres, su forma de vivir, de relacionarse, y hasta de dañarse, que es cuando estos personajes, apoltronados en sus sillones, deberían intervenir.

Sí, al cortista debería importarle lo que los sanjuaninos piensen de él y del poder que representa, debería importarle la inseguridad, la sensación de inseguridad, y las medidas del Ejecutivo para resolver los problemas de la gente. Y, como justificativo de barricada, debería importarle porque la gente que ningunea es la que le paga el millonario sueldo que cobra para trabajar menos horas que un jefe de hogar.

En resumen, las dos respuestas a este diario de los dos miembros de la Corte sanjuanina, Adolfo Caballero y Juan Carlos Caballero Vidal, son parecidas: el primero amenazó a un fiscal federal, porque este se animó a cuestionar a un amigo suyo. Sacó a relucir su sentimiento de impunidad. Puso su relación de compañero de banco por encima de la ley. Y el segundo, ya ni siquiera sorprende. Repite el antecedente de 2014, que lo pinta de cuerpo entero. La diferencia es que ahora no se dio cuenta el tamaño del rival que tiene enfrente, parece. Una cosa es enfrentarse al Gobernador o a los medios y otra muy distinta es enfrentarse a la Justicia federal, y no sólo la de aquí. Y no habría que descartar tampoco la intervención de la Nación, donde ya resuena su nombre.