Como ya se ha dicho varias veces en estas líneas y probablemente a modo de abrir el paraguas ante posibles errores, no estaría mal recalcar que, para quienes vivimos a 1.200 kilómetros de la sede de la administración central del país, a veces se hace muy difícil analizar lo que hacen o piensan en la Casa Rosada, por el simple hecho de no tener información de primera mano. Al comienzo de gestión, Cambiemos esbozó un contacto personalizado con medios y periodistas del interior, pero esa época, parece, ya murió. A pesar de esa repetida salvedad, hay situaciones que saltan a la vista y que pueden convertirse fácilmente en materia de análisis.

Los insultos al presidente Mauricio Macri en canchas de fútbol y recitales son, en verdad, un verdadero problema al que se enfrenta el macrismo. Los reyes de la puesta en escena han recibido un poco de su propia medicina, y lo peor de todo es que no saben cómo salir del embrollo, según escribieron varios periodistas de fuste y con evidente buena llegada a las oficinas de Balcarce 50. Los insultos a Macri provocan desorientación en Cambiemos. Y opiniones internas irreconciliables, que es lo peor que puede pasarle a quien enfrenta un problema que no tiene nombre y apellido, donde no hay enemigo visible. Todos son enemigos posibles. El gobierno nacional podría perder una de sus herramientas más preciadas, que es la capacidad de instalar agenda. Veremos cómo salen de ésta, aunque el drama parece no encontrar techo.


Netflix, uno de los fenómenos de estas épocas, está emitiendo una serie -bastante mala, por cierto- llamada Marseille, donde trabaja, entre otros, el actor francés Gérard Depardieu. La trama es muy simple: Depardieu es alcalde de la ciudad francesa de Marcella y es traicionado por su vicealcalde, lo que desata un sinfín de vaivenes, aunque nada que no veamos a diario en los escenarios políticos argentinos. Al menos en la ficción, la ciudad tiene tres ejes de poder bien identificados: la alcaidía, la administración del puerto y la presidencia del club de fútbol más popular de ese lugar, cuyo nombre no aparece casi nunca, pero podría decirse que es el Olympique, uno de los más grandes de Europa. De hecho hay varias escenas en el hermoso estadio de techo blanco donde normalmente hace de local el Olympique. En algún tramo del ciclo, Depardieu, a la postre "el alcalde Robert Taro", intenta describir el corazón de la ciudad para sostener su teoría de que no sería bueno para la política de Marsella vender el estadio de fútbol, que está en manos del estado regional: "Todo tiene que ver con el estadio.

Es el único lugar de toda Marsella donde se reúnen los blancos con los negros, los pobres con los ricos, la derecha con la izquierda. Esta ciudad ama, vive y muere dentro de ese estadio. Es donde todos se sienten libres de decir o hacer lo que les dé la gana". Palabras más, palabras menos, la descripción de la urbe francesa se ajusta a la perfección a la actual Cuidad Autónoma de Buenos Aires (CABA), pero multiplicada a la enésima potencia. Los "porteños", como les decimos los "provincianos" a quienes viven dentro del anillo de la avenida General Paz, adoran el fútbol y lo conciben como un regidor de sus vidas. Planifican su día a partir de un partido de fútbol, de la televisación, de los encuentros con amigos y el ritual de ir cada domingo a la cancha.

Es tal cual lo describió Discépolo en la película "El hincha" (1951), que produjo uno de los diálogos más recordados del cine argentino: "¿Para qué trabaja uno si no es para ir el domingo a romperse los pulmones en las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?". "¿Qué sería de un club sin el hincha? Una bolsa vacía. El hincha es el alma de los colores. Es el que no se ve, el que se da todo sin esperar nada. Eso es el hincha... Eso soy yo". Eso es el fútbol para los que viven en la CABA. 


Por eso el macrismo se enfrenta a un monstruo muy difícil de combatir, que es la masificación de un fenómeno asociado a uno de los fenómenos sociales más fuertes que le quedan al Mundo, y particularmente a la Capital Federal: el fútbol. Probablemente en lugares como San Juan se hace muy difícil cuantificar la magnitud de lo que está ocurriendo, simplemente porque somos distintos, con distintas costumbres. Los insultos al Presidente empezaron en la cancha de San Lorenzo, que tiene capacidad para 47.000 espectadores, pero siguieron en los estadios de River (65.000), Huracán (48.000), Chacarita (20.000), Gimnasia (21.000), Independiente (52.000) y Lanús (47.000). Luego se multiplicaron hasta llegar a un encuentro de básquet y hasta en el subte, para rebotar luego en los recitales de La Renga, Dancing Mood, Los Guasones, Patti Smith y C4.


Si los estadios hubiesen estado llenos, hablamos de un desastre de unas 300 mil personas, poco menos de la mitad de la gente que viene en San Juan. Si alguien busca en la red social Facebook el perfil de Gustavo Robles II, por ejemplo, se va a encontrar con un tipo sin remera, sentado en el living de una casa humilde, guitarra en mano, entonando una zamba cuyo estribillo es el famoso #MMLPQTP. Seguramente en un par de días aparecerá el video de un avión con los pasajeros cantando la misma "canción", y no faltará la mamá K que grabe y luego publique a su pequeñito balbuceando la mismas estrofas, posteo que seguramente recogerá un sin fin de "Me gusta".



Es, sin dudas, un trago de la misma medicina que suele aplicar Cambiemos a sus enemigos: atacar desde la oscuridad. Perfiles truchos, supuestos periodistas con páginas creadas en dos minutos publicando supuestos datos no revelados por los medios responsables, denuncias falsas; es decir, nada que no estemos viendo en San Juan luego de la votación de la reforma jubilatoria. O a nadie se le ocurrió pensar por qué aparecen ahora esos perfiles.

Evidentemente, en el caso de San Juan, son creados por el macrismo para combatir a su actual enemigo. "Yo no me meto con la familia de nadie", me decía ayer uno de los opositores más violentos de Sergio Uñac para despegarse de esa estrategia, que no cayó bien ni siquiera entre los socios sanjuaninos del macrismo. "¿Quiénes van a ser las víctimas de la revancha peronista?", se preguntaba un asesor de Cambiemos anoche. "Roberto Basualdo y Marcelo Orrego", se respondía a sí mismo. "Son los que tienen imagen, el resto no existe", justificó su afirmación. Probablemente tenga razón.


¿Cómo hace Macri para darle combate al fenómeno? Muchas herramientas no tiene, hay que aclarar. Empezaron negando la importancia del hecho, lo que fue claramente un error. Según diarios nacionales, hay dos opiniones bien divididas: Macri y su jefe de Gabinete, Marcos Peña, sostienen que son estrategias del kirchnerismo. Y después están otros, como el ministro del Interior Rogelio Frigerio, quien le asigna un grado de complejidad mayor al tema, casi rozando la preocupación y advirtiendo que el daño puede ser importante, si es que ese daño no ha ocurrido ya. El primer problema es el ánimo de quien recibe el ataque.

No es fácil para nadie, y mucho menos para un político cuyo perfil normalmente es el de una persona con el ego bastante alto, ser insultado en la calle. Lo primero que tiene que cuidar el macrismo es el ánimo de su líder, que no puede decaer por esto ni por nada. Al principio los cánticos pudieron haber nacido por una inquietud real, pero de ahí en más seguramente hay alguien detrás. Meter cinco personas en un recital, o veinte en una cancha que empiecen a aplaudir y a cantar y que el resto se contagie, es más fácil de lo que muchos imaginan.

Y no sé si al comienzo, pero hoy no tengo dudas de que los adversarios del Presidente usan y usarán esto para hacerle daño. El problema es que de tanto uso puede volverse peligroso, porque podría cambiar de destinatario y el lugar de "Macri HDP", podría ser "Cristina HDP", u otro. Y después, "que se vayan todos". Ojo con eso. ¿Y la solución? Primero, no negarlo. Segundo, no atacarlo. Tercero, comprenderlo. Cuarto, rogar para que no termine en cualquier cosa. No hay más.


No sé si fue por este tema o por qué lo hizo, Macri intentó bajar a los tópicos comunes de la sociedad en la apertura de sesiones: extender la licencia por paternidad, salario igualitario, respeto a las fuerzas de seguridad, inclusión laboral y penas fuertes a los conductores alcoholizados dominaron el discurso. Y evitó ciertos aspectos "calientes", como su relación con el sindicalismo, su postura sobre cobrarles a los extranjeros la salud y la educación y la situación de los jubilados.

Tampoco volvió a referirse a la "herencia recibida" del kirchnerismo, aunque volvió a expresarse a favor de la vida en el tema legalización del aborto. El rumbo económico quedó supeditado a un par de frases optimistas, que solamente provocaron malestar en la calle. Nadie cree que lo peor haya pasado. Porque el ciudadano común analiza el debate económico desde la plata que hoy tiene cada uno en el bolsillo, no sobre la que tendrá. Muy poca gente planifica, lamentablemente muchos viven de un rato para el otro.


De lejos se olfatea la peligrosidad de un fenómeno que es materia de estudio en muchos lugares del mundo. La comunicación se ha complicado con las redes sociales. La gente dice lo que quiere y no importa que lo expresado sea verdad o mentira. El país está ideologizado, lo vemos con debates serios como el aborto, por ejemplo. No hay quien opine desde el bien común, se opina desde el ataque al otro y lo único que interesa es imponerse, no obtener el mejor resultado de un cruce de opiniones. Ojalá el macrismo le encuentre el agujero al mate, porque está naciendo algo que no tiene techo ni se rige por códigos políticos.