La prevención es la clave para evitar incendios que suelen hacerse incontrolables.


Como ha sido proclamado recientemente por la Organización Meteorológica Mundial, el 2019 ha sido uno de los años más cálidos de la historia. Es preocupante el hecho de que la Tierra haya atravesado un decenio de temperaturas elevadas y que desde 2015, haya tenido lugar un nuevo récord. Asistimos a una suerte de "fiebre global", que se manifiesta con incremento de temperaturas y una tropicalización del clima que lleva a precipitaciones lluviosas de particular intensidad y luego determinan inundaciones devastadoras. 


Desde inicios del 2019 los incendios han quemado casi 11 millones de hectáreas, con un saldo de 30 víctimas, 1.800 viviendas destruidas, millones de animales muertos y miles de millones de dólares en daños. A esto le agregamos enteros ecosistemas perdidos, especies animales y vegetales en riesgo de extinción, poblaciones rurales e indígenas evacuadas, y ciudades como Sidney, Melbourne o Los Ángeles, cubiertas de humo, dañino para la salud. Todo esto, ¿nos hará crecer en una mayor sensibilidad ambiental? Ojalá el olvido no venza a la memoria y a las manos comprometidas en cuidar el ambiente. 


La frecuencia de los incendios forestales están ligados al cambio climático en curso, a la vez que lo alimentan con millones de toneladas de carbón emitidas durante la combustión y así incrementan el efecto invernadero. Según el Copernicus Atmosphere Monitoring System, en los primeros 11 meses del 2019 los incendios han lanzado globalmente 6.735 millones de toneladas de CO2, de los cuales 708 millones se imputan a los incendios de Indonesia de los pasados meses de agosto y noviembre.


Las informaciones pueden ser vistas en los Informes de agencias de investigación como la NASA y la European Space Agency (ESA). En la última década y en particular en el 2019, los incendios forestales se han propagado exponencialmente. Las dos agencias espaciales disponen de satélites específicos para monitorear incendios; incluso el acceso es de dominio público y constituyen una suerte de Atlas del Fuego. Por ejemplo, no olvidemos los 80.000 incendios del Amazonas, que ha representado un aumento del 75% respecto al 2018. Las enormes repercusiones ambientales y sociales fueron tomadas en consideración por el Sínodo de Amazonas convocado por el papa Francisco, donde se insiste en la definición de "crisis socio-ambiental". 


El año pasado, entre los meses de agosto y octubre los incendios asediaron a la ciudad de Los Ángeles, determinando miles de evacuaciones, destrucción de rutas e infraestructuras. El peor incendio de la historia californiana fue el del 27 de julio en la zona del Mendoncino, en el norte del estado. El satélite Sentinel-3 registró 79.000 incendios en agosto de 2019. En el mismo período del año anterior, se registraron 16.000. En Indonesia, el fuego quemó bosques como nunca antes y provocó una nube tóxica sin precedentes. 


¿Qué podemos hacer? Monitorear el riesgo de incendios se vuelve el primer dictado. La ciencia y la técnica brindan sistema de control en muchas áreas geográficas. Es cuestión de recurrir a los institutos de investigación y disponer recursos para reducir peligros. La prevención es clave. Y como es lógico, educar para una mayor conciencia ambiental y conocimiento de riesgos según épocas del año. Hay otra causa: los incendios intencionales, que han de ser rigurosamente castigados. La cuestión del cuidado de la "Casa común" no es sólo tarea del Estado sino abarca a todos, en auténtica actitud de ecología integral.

Por el Pbro. Dr. José Juan García