En el bicentenario del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento, vale agradecer y recordar la visión de grandeza del gran prócer sanjuanino. Comprendió que para que la Argentina pudiera alcanzar el grado de desarrollo de los países contemporáneos más adelantados, debía tener políticas aplicadas sin solución de continuidad, es decir políticas de Estado.

Tuvo oportunidad de delinear estas políticas al acceder a la presidencia de la República en 1868, al fomentar y asegurar la educación popular, integrar el país con todos los medios de comunicación, acordar los límites internacionales y organizar las fuerzas armadas, desarrollar la producción, y fomentar la inmigración. La educación popular la estimaba clave para la superación social y el progreso. Nuestros investigadores y científicos se destacan hoy en el mundo porque vivimos aún de la excepcionalidad de Sarmiento, que unificó la nación con una lengua común y educación pública y gratuita.

También es justo preguntarse qué nos ha pasado respecto al descenso de nivel de la calidad educativa argentina. La vieja escuela pública, orgullo de generaciones, ha sido seriamente dañada, desprestigiada por la desidia y la irresponsabilidad populista. Gradualmente ha sido reemplazada por la educación de gestión privada, donde muchas familias humildes realizan enormes sacrificios para poder sufragar ese gasto. De este modo, la tradicional alianza de clases sociales, que comenzaba en el pasado a trabarse entre los niños de los más diversos orígenes desde los primeros años de enseñanza, ha ido desapareciendo a medida que se derrumbó la escuela pública, clave para esa integración social. A la destrucción de esta escuela ha contribuido en gran medida la disminución creciente de las horas de actividad en las aulas, no pocas veces debida a los paros docentes dispuestos por los más variados reclamos, huelgas que ya constituyen el preludio clásico y siniestro del comienzo de cada período escolar.

El nivel educativo, así como la posición que ocupa el país en tantas otras disciplinas, no es ajeno a la marcha del conjunto de la sociedad. Quien se proponga indagar acerca de algunas de las causas más profundas de la exclusión y marginación social que hoy nos abruman, debería preguntarse qué es lo que se alienta: ¿civilización o barbarie?